Alejandro Avilés, el Don del Viento y la Palabra

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Alejandro Aviles

 

 Por Fred Álvarez Palafox 

Ciudad de México.- Supe de Alejandro Avilés Inzunza (1915-2005) por mi amigo chiapaneco Francisco Gómez Maza, una tarde de principios de la primera década del Siglo XXI, cuando fui a visitarlo a su casa de la colonia Portales de la Ciudad de México. Charlamos largo, sobre todo de poesía y de periodismo. En ese entonces, tenía interés de que me comentara su relación de amistad con su paisano y amigo de juventud, el poeta Jaime Sabines, el sobrino de La Tía Chofi. Y por algún motivo —poético, quizá— brincamos de Sabines al poeta de La Brecha, Sinaloa, Alejandro Avilés Inzunza.

Me sorprendió Paco todo lo que sabía de mi paisano, me dijo que lo conoció en 1966 cuando acudió a la escuela Carlos Septién a estudiar periodismo, y el de La Brecha lo recibió como si lo conociera de toda la vida, quizá porque ambos hablaban el mismo lenguaje.

Dice Paco que a los pocos días de haberse iniciado el ciclo escolar el profe lo llamó para invitarlo a una conferencia en el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), oficina que entonces dependía de Conferencia del Episcopado Mexicano.

Y de inmediato encontró su primer trabajo en esa oficina que dirigía —y dirigió por muchos años— José Álvarez Icaza Manero.

Sin proponérselo el profe lo llevó a conocer a Paco a la que años después sería la madre de sus hijos: «Ahí aprendí lo que no aprendí en la escuela. Haciendo trío con Juan Bolívar y otro condiscípulo de nombre Mario Cedeño, comencé a practicar la entrevista. Y luego el reportaje. Siempre bajo la mirada, la corrección, la sugerencia de Juan Bolívar y, sobre todo, del profe Avilés. Así me hice periodista», confiesa.

Alejandro Avilés Inzunsa fue un sinaloense universal, hijo de Manuel Avilés y María del Rosario Inzunza. Nació el 31 de diciembre de 1915, en La Brecha, municipio de Guasave, en los márgenes del rio Sinaloa, «…Todos los sinaloenses nacimos a la orilla de un río (…) / toda la vida estaba en las márgenes de los ríos / y el agua, el río mismo, se identificaba en nuestro / subconsciente con la vida…», decía, y tenía razón.

En ese lugar del México rural cursó hasta cuarto año de primaria, el más alto grado escolar entonces, el maestro Cástulo Espinoza le enseñó las primeras letras. Después por decisión del gobernador —así era en aquellos tiempos— se hizo maestro; tenía 14 años y ya le decían «Alejandrón», por su enorme estatura y grandes manos.

De joven además de dar clases en la escuela moderna para adultos, participó activamente en el censo de 1930 y fundó un Club Deportivo Cultural.

A esa edad leía los clásicos gracias a los libros que publicó en esos tiempos el oaxaqueño José Vasconcelos, y fue en ese tiempo cuando hizo su primer poema de amor y publicó formalmente su primer artículo, dedicado a los precursores de la Independencia en El Rayo de Guamúchil y su primer poema, «Oda a Sandino».

Como dice el poeta chileno Pablo Neruda, en ese tiempo llegó la poesía a buscarlo:
«Y fue a esa edad… Llegó la poesía a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.

No sé cómo ni cuándo, no no eran voces, no eran palabras, ni silencio, pero desde una calle me llamaba..»

—Su poesía nunca me recuerda a nadie, ¿dónde cifra su originalidad? ¿Cuáles han sido sus aguas nacientes?—, le inquiere el reportero de la revista Proceso años después.

Y responde que esa locura —la de hacer poesía— comenzó en su adolescencia, «hacia los catorce años, como suele comenzar con los hombres muy jóvenes, con el conocimiento de una muchacha que lo traía a uno de cabeza y uno quiere decirle las cosas y entonces, como el amor requiere de algo semejante a la oración (…) empieza a hablar y de pronto, se encuentra con que esas expresiones están cargadas de significaciones extrañas, de un ritmo también misterioso que no se sabe por qué nació, pero como que hay un vuelo, una forma de convocar las palabras, una fuerza, una especie de imantación del lenguaje que hace que las palabras se agrupen de determinada manera para expresar el amor, para expresar la admiración, la belleza de un paisaje, de algo que estéticamente nos sacude, nos conmueve y desde entonces, desde esa adolescencia sentí necesidad de expresar esos estados de alma, así nació..»

De los 17 a los 20 años trabajó con su padre en su empresa empacadora de conservas alimenticias. Después se fue a Los Mochis a trabajar como profesor, al recién creado Centro Escolar del Noroeste, y durante cinco años fue secretario de la institución educativa. El Centro había nacido el 12 de Octubre de 1934, y su primer director fue el profesor Conrado Espinosa, quien a su vez invitó al joven poeta, junto con otros maestros como Manuel Moreno Rivas, Bertha Colunga y Adrián García Cortez.

Pero el brecheño tenía que vivir de algo más que las clases y decide estudiar por correspondencia la carrera de contador privado en la Escuela Bancaria y Comercial de la Ciudad de México. Era 1937, y Avilés tenía 21 años. En ese tiempo también trabajó de comentarista en la radio local con sus compañeros de la escuela.

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