Ricardo Veisaga
Al cumplirse 39 años de la ejecución del ex Primer Ministro Aldo Moro, el Senado italiano abrió una Comisión de investigación. «El caso Moro cada vez se embrolla más, eso es verdad. Ocurre que los casos se abren porque nunca han llegado a estar cerrados del todo, porque nunca llegamos a saber toda la verdad. Lo de Italia es una cosa muy extraña» dice Eduardo Bravo. ¿Qué verdad, señor Bravo? Lo de Italia no es una cosa muy extraña, es lo normal, lo ordinario, no hay nada extraordinario. Sólo basta recordar la tradición cultural del país que inventó el concepto delgatopardismo político, en palabras inventadas por Lampedusa y popularizadas por el cineasta Luchino Visconti. El gatopardo, traducción errónea de Il Gattopardo, que significa el leopardo jaspeado, es una novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa escrita entre 1954 y 1957.
El gatopardo narra las vivencias de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, y su familia, entre 1860 y 1910 en Sicilia. El personaje de Tancredi declara a su tío Fabrizio la conocida frase: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie», en italiano: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi». Esta frase revela la capacidad adaptativa de los sicilianos para adaptarse a los distintos gobiernos de la isla y, el talento de la aristocracia para aceptar la revolución unificadora con tal de mantener su influencia y el poder. Lo lampedusiano o el gatopardismosignifica en política el «cambiar todo para que nada cambie». La cita original expresa la siguiente: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». «¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado». «…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está». Esta cita se basa en una anterior de 1849, de Alphonse Karr «cuanto más cambie, es más de lo mismo», publicado en la revista Las Avispas.
O recordar el movimiento anticorrupción, Mani Pulite, una investigación judicial de 1992, que ventiló el caso Tangentópolis, y sus lazos entre políticos y empresarios que acabó por derrumbar a los partidos tradicionales, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, mientras los atentados de la mafia acababan con los jueces Falcone y Borsellino. En 2015 se estrenó una serie italiana llamada 1992, mille novecento noventa due (serie que se puede ver en YouTube), nos ilustra con los consabidos tópicos de «esto se resuelve con políticos honrados», la regeneración o «es la hora de la gente decente», es decir el moralismo progre. ¿Extraño? Nada lo es en la tierra de Maquiavelo y del monje Savonarola, quien pretendía moralizar o purificar la política. 1992 es una serie que radiografía las corrientes subterráneas que mueven la sociedad y que a su lado House of Cards, resulta un juego de niños. House of Cards es la historia de un tarado, 1992 es la historia de Italia.
En cuanto a la Comisión investigadora, lo dice un político ficticio pero cínico y astuto de la Democracia Cristiana, en una escena de 1992: «La mejor manera de enterrar un asunto en Italia es crear una comisión de investigación parlamentaria». El caso Aldo Moro, como tituló Leonardo Sciascia a su ensayo sobre el secuestro y ejecución del político, un ensayo que adolece de errores garrafales. Más allá de los interrogantes e imputaciones, es un caso testigo para extraer muchas lecciones. La primera es, que para juzgar o analizar políticamente el caso Moro, la esencia del poder no se puede entender desde el vacio, sino desde una estructura histórica universal concreta y apreciarla desde otra escala o de otra magnitud histórico-política, que vaya más allá del marco del Mediterráneo y los Apeninos. De una Italia devastada por la guerra, que se pone en pie por la ayuda norteamericana y con el papel asignado de freno del comunismo, en el contexto de la Guerra Fría. En la que la Democracia Cristiana (el partido de la Iglesia) con figuras como Giulio Andreotti, Aldo Moro, por un lado. Y el Partido Comunista Italiano, en su dirigente Enrico Berlinguer fue parte de la trama.
Las Brigadas Rojas (Brigate Rosse) nacen en el contexto del mayo francés y del giro del Partido Comunista Italiano, el mayor partido comunista de la Europa Occidental, las Brigadas fundada en 1969, fue organizada para la lucha armada revolucionaria. Los militantes del núcleo histórico (CPM) estaban formados ideológicamente en el marxismo-leninismo en la versión de la Tercera Internacional, agiornada con el análisis maoísta. Muchos militantes del CPM tuvieron una experiencia católica. Las B.R buscaban atraer al proletariado hacia sus posturas insurreccionales frente a las políticas reformistas del PCI. Uno de las medidas era retirar a Italia de la OTAN, que influía la política italiana a través de la denominada Operación Gladio. Un marxismo atípico que por un lado condenaba a los EE.UU., pero a la vez tomaban distancia de la URSS y de los partidos comunistas de Europa Occidental.
La B.R comenzaron con algunos estudiantes de la Universidad de Trento, que durante las revueltas estudiantiles de 1968 formaron parte de los CUB (Comités Unitarios de Base), grupos de estudiantes y trabajadores que organizaron las revueltas y huelgas de aquel año. En la que sobresalieron militantes como Marco Boato, Mauro Rostagno, Renato Curcio y Margherita Mara Cagol. La Operación Fritz: Según el brigadista Franco Bonisoli, el verdadero objetivo seguía siendo el «corazón del Estado» y muy especialmente la Democracia Cristiana. El secuestro de Moro debía ser continuado con el de Leopoldo Pirelli y de otros protagonistas. Aldo Moro encarnaba el alma de la Democracia Cristiana y secuestrar a Giulio Andreotti era mucho más complicado al vivir en pleno centro de la ciudad, mientras Moro vivía en un barrio residencial a las afueras de Roma.
Moro fue secuestrado el 16 de marzo de 1978, cuando se dirigía al parlamento donde se conformaría un gobierno de la D.C con apoyo del Partido Comunista. el comando integrado por unos 10 terroristas, algunos de ellos vestidos con uniformes de la compañía de aviación Alitalia, apostados en el cruce que une las vías Mario Fani y Stressa, al norte de Roma. Interceptaron el Fiat 130 en que viajaba Moro y el Alfa Romeo de sus escoltas a las nueve de la mañana. Ametrallaron al chofer y a los guardaespaldas. Seleccionaron con exactitud dos de las cinco carteras que llevaba consigo, lo metieron en un coche y abandonaron el lugar. La acción duró tres minutos, y las teorías conspirativas surgieron de inmediato. La precisión de los disparos que abatieron a cinco escoltas sin herir a Moro, algunas fuentes hablaban que 49 de los 91 disparos fueron realizados desde un arma, posiblemente de un sicario de la ndranghetta (la mafia calabresa). Un testigo afirmó oír gritar órdenes con acento extranjero.
El escenario del crimen no fue preservado, una gran cantidad de curiosos y periodistas contaminaron el lugar, pisando los casquillos, lo mismo sucedería cuando fue encontrado el cadáver de Moro. Más allá de estos hechos anecdóticos no hay que perder de vista el contexto interno y externo en el que tuvo lugar el secuestro. Precisamente cuando se dirigía a la sesión de investidura de un nuevo ejecutivo de la Democracia Cristiana liderado por Giulio Andreotti y apoyado por los comunistas. Moro fue una pieza clave de las largas negociaciones entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, en favor de lo que se llamó Compromiso Histórico, un pacto que no agradaba a sectores de la Democracia Cristiana, las Brigadas Rojas, grupos de derecha, OTAN, Rusia, Estados Unidos y a servicios secretos extranjeros respectivos. La muerte de los escoltas durante el secuestro acabó con el Compromiso Histórico.
Para las B.R; Moro, era «el hombre que trataba de seguir manteniendo en el poder a la Democracia Cristiana a través de las diversas formas de gobierno que iba inventando cada vez su aguda fantasía política». Y porque la D.C representaba un régimen «que oprime al pueblo». Moro fue sacrificado, porque estaba trabajando a favor del Compromiso histórico, mientras las Brigadas Rojas intentaban «cambiar la dirección política del país e introducir un régimen de poder rojo». Se dijo también que la eliminación de Moro era un golpe contra los seguidores de Enrico Berlinguer, el Secretario y líder del Partido Comunista Italiano (PCI), ideólogo del acuerdo entre católicos y comunistas. Moro fue secuestrado cuando se dirigía a la sesión de investidura del cuarto gobierno de Giulio Andreotti, apoyado parlamentariamente por los comunistas en una fórmula inédita en la política italiana.
Henry Kissinger y Aldo Moro
La mayor parte de las informaciones sobre la motivación del secuestro provenían de los arrepentidos, según la corte, sobre todo de Patrizio Pecci y Antonio Savasta. Este acto frustró lo que hubiera sido un profundo cambio político para el Partido Comunista y el «factor K» llamado asi en alusión al acceso bloqueado al poder del P.C, que seguiría gravitando en Italia. Los democratacristianos posteriormente pactaron con socialistas y pequeños partidos centristas los sucesivos gobiernos hasta el cambio de escenario político de 1992. Aldo Moro de la D.C, y el presidente Giovanni Leone viajaron a Washington en septiembre de 1974 para hablar con el presidente Ford sobre el ingreso de la izquierda italiana al gobierno. La propuesta fue fulminada y Kissinger fue tajante al comunicarle a los italianos que la izquierda no debía en ningún caso entrar al gobierno. Italia debía mantenerse fuertemente implicada en la OTAN. Esa visita oficial afectó a Moro quien, se dio de bruces con la realidad y se esfumaron las ilusiones en cuanto a la independencia de la I República Italiana frente a Estados Unidos.
A su regreso de EE.UU, Moro se enfermó varios días y evaluó su retiro de la vida política. «Es una de las pocas veces en que mi marido me comunicó lo que le habían dicho, sin decirme sin embargo de quién venía aquello», diría después su esposa Eleonora. «Trataré de recordar sus palabras: “Tiene usted que renunciar a su política consistente en colaborar directamente con cada una de las fuerzas políticas de su país. Hágalo ahora o le costará muy caro.”». En las elecciones legislativas de junio de 1976, el PCI le infligió una dura derrota a la DCI.
Moro en la desesperación ignoró la prohibición norteamericana. Había que salvar a la «ballena blanca» que se había mantenido en el poder sin interrupción por 45 años, de 1946 a 1993. Después de la muerte de De Gasperi en 1964, el partido estaba dividido en tres facciones, una derecha, una amplia corriente centrista y una pequeña ala de izquierda, en esta última se ubicaba Moro. A su muerte llegaría Andreotti hasta el caso «Manos limpias» y la irrupción de Berlusconi, cuando esa ala de izquierda bajo Ciriaco de Mita intentó evitar el naufragio de la vieja ballena blanca, lo que quedaría de esa izquierda democristiana se unió a ex comunistas en la coalición denominada El Olivo, bajo la sigla PPI.
En cuanto a las B.R, herederos del mayo francés descontentos con los planes y políticas del Partido Comunista Italiano, desembocaron en actos de violencia y criminalidad en una época en donde se dieron cita la extrema izquierda y la extrema derecha, y que a finales de los 70 se conoció como los años de plomo, y el secuestro y asesinato de Moro fue la frutilla del postre. En el contexto internacional, esta política de acuerdos entre comunistas y democristianos alteraba el equilibrio político del sur de Europa en una guerra fría aún vigente.
Ni Washington ni Moscú veían con simpatía la deriva italiana, este Compromiso Histórico, suponía modificar el statu quo de zonas de influencia en un lugar tan sensible. A la Democracia Cristiana le preocupaba más su supervivencia como partido en el poder, y no le importó o le restaba importancia al rol asignado por uno de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, no solo al partido sino a Italia. A una potencia que le debía todo desde el mismo momento en que pusieron los pies en Sicilia hasta la caída del muro de Berlín. ¿Y la soberanía italiana? Esta pregunta es válida para una persona ajena a la política, para un ingenuo, no para un realista político. Italia podía ser soberana respecto a sus vecinos y nada más.
Dijo un periódico serio: «en este contexto, es difícil sustraerse –y la historiografía de los últimos treinta años no lo ha hecho- a considerar el secuestro y asesinato de Aldo Moro como una operación política de largo alcance, donde más allá de los ejecutores materiales –las Brigadas Rojas- se extiende una trama oscura donde se adivinan los hilos de los servicios secretos- principalmente, estadounidense-, la logia masónica P-2 (Propaganda-dos) o la organización Gladio». Este periodista carece de razonamiento político, o lo que es peor de sentido común. Es innegable la molestia que tenía tanto EE.UU como Rusia respecto al Compromiso Histórico, pero de ahí a creer que ordenaran a las Brigadas Rojas que secuestren y asesinen a Moro es un desatino. Si realmente lo hubiesen deseado no habrían recurrido a un secuestro chapucero, con tanta boca suelta. Otra cosa es que dada la coyuntura hayan mirado para otro lado.
Giulio Andreotti, décadas después refiriéndose a Moro y a las críticas sobre el pacto con los comunistas dijo: «En un discurso –que se convirtió en histórico– que pronunció dos semanas antes en el Grupo Parlamentario, había replicado de este modo a quienes nos acusaban de debilidad con los comunistas: “Nosotros tenemos nuestros ideales y nuestra unidad: no las desperdiguemos; hablamos de un electorado liberaldemócrata, porque somos realmente capaces de representar a nivel de grandes masas a estas fuerzas ideales, pero acordémonos de nuestra caracterización cristiana y de nuestra alma popular. Acordémonos, pues, de lo que nosotros somos”.» Creer que decisiones de este tipo tienen poca repercusión implica tener una visión meramente doméstica o provinciana.
El asesinato de Moro fue el principio del fin de las B.R, y le sirvió en bandeja al gobierno el endurecimiento de políticas de control, uno de esos decretos obligaba a los docentes universitarios de prestar un «Juramento de Lealtad a la República», imposibilitando no solo cualquier apoyo a las organizaciones revolucionarias, sino de crítica al Estado. El asesinato de Moro levantó las más fuertes críticas de líderes de la izquierda radical italiana y en especial de los brigadistas de la organización que se encontraban presos. Durante el cautiverio de Moro, surgió un debate inevitable de abrir o no la negociación con los terroristas.
Los sucesivos comunicados de las Brigadas y, las cartas de Moro le dieron un particular dramatismo al proceso. Moro escribió 419 folios durante el secuestro, no paró de escribir cartas a sus compañeros de Partido. Cartas llenas de reproches por su negativa a negociar su liberación. 30 misivas fueron enviadas, 7 de ellas publicadas, otras se darían a conocer de a poco. No se sabe a dónde fueron a parar esos casi cien textos entre cartas y testamentos. En realidad los tiene el Estado, es secreto de Estado. Como dijo Andreotti: «Con una técnica pérfidamente emocionante fueron difundidas las “cartas desde la cárcel” cuya autenticidad algunos trataron erróneamente de negar». «La más conocida fue dirigida a Pablo VI, pidiéndole que tomara iniciativas para liberarlo. Son sin duda alguna cartas auténticas (quizá para que no pareciera débil algunos amigos lo pusieron inútilmente en duda) pero es injusto querer sacar de ellas ningún juicio de, diría yo, poca virilidad».
La actitud de Moro fue políticamente hablando, pusilánime. Señaló Enric Juliana, en un artículo posterior, «el secuestro de Moro acabó siendo una tragedia griega, el ansia humana por sobrevivir contra la razón de Estado». Matteo Re comentó que: «Tres o cuatro días antes del asesinato, el periódico de Indro Montanelli, Il Giornale, publicó en primera página ‘Moro ha muerto’. Era una forma de decir ‘esto ha durado demasiado. Hay que pensar en el futuro. Moro ha muerto lo liberen o no, porque está acabado políticamente’. Una persona que ataca a sus compañeros de partido -con razón, todo sea dicho-, una persona que dice que va a contar secretos de Estado a los brigadistas… Su carrera política estaba acabada. La idea que se quería transmitir era ‘mejor un Moro muerto que un Gobierno impedido’. Por eso, uno de los mayores errores de las Brigadas Rojas fue no liberar a Moro. De hecho, muchos brigadistas abandonaron el grupo por oponerse al asesinato».
Escribió en su momento Indro Montanelli, «Todos los hombres tienen derecho a tener miedo, pero cuando un hombre elige la política, surge el ‘hombre de Estado’. Un hombre representativo del Estado no pierde el derecho a tener miedo pero sí el derecho a mostrarlo. Moro era el Estado, y el Estado pedía, imploraba, amenazaba a la clase política para que hiciese de todo, incluso prostituirse, para salvarle la vida. Eso no puede ser». El miedo no constituye un derecho, el único que da derechos es el Estado, el miedo es anterior al Estado, es propio del hombre, no tener miedo es lo anormal. Pero un hombre cualquiera, un Uomo Qualunque que se convierte en un Hombre de Estado, su vida es menos importante que la razón de Estado. Dos días después del secuestro, el periódico Il Messaggero, recibió el primer mensaje que anunciaba su secuestro y reclusión en una cárcel del pueblo.
El 25 de marzo, se recibió la segunda comunicación en el que se anunciaba que «se buscarían las directas responsabilidades de Aldo Moro por las cuales y con criterios de justicia proletaria, será juzgado». El término juzgadoalertó a la clase política en general. Moro había sido presidente de Gobierno dos veces y ministro de Asuntos Exteriores, por tanto disponía de información confidencial y secretos de Estado que podían implicar a servicios secretos y gobiernos extranjeros. El día 29, Moro envió una carta al Ministro del Interior, Francesco Cossiga, en la que solicitaba a los dirigentes del partido su canje. Sin embargo el Gobierno y la clase política, también el Vaticano mantuvieron una postura firme, no negociar. El 4 de abril las Brigadas enviaron el cuarto comunicado en el que exigían la liberación de los prisioneros comunistas. El 15 de abril, en la sexta comunicación decían que el interrogatorio «había terminado, se le había encontrado culpable y condenado a muerte».
Tres días después, un nuevo comunicado anunciaba que «el presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, ha sido ejecutado mediante suicidio» y que su cuerpo yacía en el lago Duchesse, cerca de la localidad de Cartore. Un nuevo comunicado de la brigada, negaban su autoría del mensaje anterior y lo atribuían a «los especialistas en guerra psicológica». Adjuntaban una fotografía de Moro sosteniendo La Repubblica del día anterior. Décadas después se confirmaría que ese comunicado fue elaborado por los servicios secretos italianos y que su finalidad era preparar a la opinión pública para lo peor. El 24 de abril llegó el octavo mensaje, en el que se ofrecía el canje por 13 brigadistas presos. El 29 de abril, en un último y desesperado intento, Moro envió cartas a sus compañeros solicitando que se convocara al Consejo Nacional del Partido. El 3 de mayo el presidente del gobierno, Andreotti, reiteró la negativa. Dos días después, se recibió el último comunicado, el noveno, en la que se comunicaba la condena a muerte de Moro. La razón de Estado no se negocia con los terroristas.
Enrico Berlinguer, Secretario General del Partido Comunista y Aldo Moro.
Moro en sus escritos acusaba de abandono a sus compañeros de partido, se convirtió en un enemigo de su propia clase, preso de la desesperación elevó el tono de sus acusaciones, en las cartas enviadas a Cossiga y a Andreotti, los acusa de sus «estrechas relaciones con los americanos y la CIA», e indirectamente de estar en manos de la logia P2. La liberación de Italia comienza con un pacto entre la mafia y el gobierno americano (una mafia casi liquidada por Mussolini), por tanto es estúpido que un político de la talla de Moro no lo supiera. Moro no sufrió el síndrome de Estocolmo, fue algo peor, estaba fuera de control, había saltado todas las líneas rojas del Estado. « Se vuelve un cuerpo extraño, una especie de doloroso cálculo biliar que es necesario extirpar -con el fervor estatolátrico a manera de anestesia… Los periódicos independientes y de partido, las revistas semanales ilustradas, la radio, la televisión, casi todos se plantan firmes, en línea para defender al Estado, proclamando la metamorfosis de Moro, su muerte civil». Dijo Leonardo Sciascia.
El cautiverio de Moro duró 55 días. Estuvo cautivo en una falsa habitación detrás de una librería, en un piso de la vía Montalcini nº 8 de Roma. Estuvo custodiado por el jefe, Mario Moretti, encargado de los interrogatorios, Germano Maccari, Prospero Gallinari y Anna Laura Braghetti. Gallinari nunca abandonó el piso durante los 55 días del secuestro. En octubre de 1993, Mario Moretti confesó haber sido el autor material «No habría permitido que lo hiciese otro». A pesar de los 13.000 policías movilizados, los 40 mil registros domiciliarios y 72 mil controles carreteros, la policía italiana no pudo dar con el paradero. Su cadáver apareció en el maletero de un Renault 4, con 11 impactos de bala.
En marzo de 1998 Anna Laura dio a conocer los últimos minutos de Moro, ella había alquilado el apartamento de la calle Montalcini: «A las 6 de la mañana, Mario Moretti fue a despertar a Moro. Le dijo que fuese de prisa. No había tiempo para afeitarse ni para desayunar. Teníamos una cesta de mimbre grande y robusta, con asas, en la que guardábamos zapatos y periódicos. Lo habíamos vaciado la noche anterior. Moro fue invitado a meterse adentro. Oí perfectamente que Mario le decía: “Hemos de marchar”, y como Moro le respondió: “salude de mi parte a sus colegas”, vi a Mario y a Germano Maccari salir del estudio transportando la cesta. Se habían sacado las capuchas. Solo tenían que llegar al garaje (…) Yo bajé primero para vigilar la escalera (…) les abrí el “box” y una vez ellos dentro, me di cuenta de que no conseguían cerrarlo del todo, no había suficiente espacio.
Al cabo de unos instantes oí que Mario pedía a Moro que entrase en el portaequipaje del coche. Pensé que habría visto la cara de Mario y entendí lo que estaba a punto de ocurrir. De improviso escuché el ruido del ascensor, que bajaba hacia el garaje. Advertí a Mario y Germano que estuviesen inmóviles. Era la inquilina del último piso. Una profesora. La saludé. Me miró de una manera extraña y se fijó en la puerta del “box”: la parte anterior de nuestro Renault rojo se veía muy bien». «¿Por qué Moro no gritó? Oyó cómo yo les advertía y cómo saludé a la vecina. Probablemente sabía que estaba a punto de morir. Pero permaneció callado y quieto bajo la pequeña manta que le tapaba la cara (…) La vecina del último piso consiguió, por fin, poner su coche en marcha. Cuando el garaje volvió a quedar vacio, avisé a Mario y Germano de que el peligro había pasado. Oí una primera ráfaga e instantes después, otra más corta. Los disparos con silenciador hacían un ruido extraño, como un golpe ahogado».
El 1 de mayo de 1978, ocho días antes de la muerte, la familia de Aldo Moro rompe públicamente con el partido. Moro pidió ayuda durante su cautiverio al Papa Pablo VI. Andreotti dijo: «El Papa sentía por Moro gran cariño y vivió su “prisión” con especial trepidación (cada noche el secretario particular don Pasquale Macchi venía a mi casa para estudiar la situación). Sin embargo, no pidió nunca la liberación de detenidos políticos, como algunos dieron a entender. El momento más intenso y conmovedor de la angustiosa participación de Pablo VI fue la homilía de la misa de sufragio celebrada en San Juan de Letrán. Fue un reproche literal a Dios por no haber impedido el horrendo crimen». Aunque Moro pidió que ningún compañero fuera a despedirle, el 13 de mayo, la basílica de San Giovanni in Laterano acogió un multitudinario funeral de Estado. Asistieron las personalidades políticas del país y, por primera vez desde el siglo XVII, un pontífice presidió el funeral de un laico.
El tribunal de Roma que juzgó y condenó a los responsables del secuestro y asesinato de Moro, acumuló un volumen de 1.400 páginas, el volumen recoge las actas de la sentencia contra los 63 procesados. El proceso duró nueve meses y se celebró en un gimnasio, blindado como un bunker, del Foro Itálico de Roma. El tribunal permaneció encerrado 160 horas para decidir la histórica sentencia que fue leída en 10 minutos, y cuyas motivaciones han sido hechas públicas después. Según el tribunal, Moro fue asesinado porque las Brigadas Rojas consideraban que la Democracia Cristiana era un «régimen que oprime al pueblo» y que Moro estaba decidido a hacer un Gobierno con el apoyo de los comunistas, lo que, a su juicio, era «un intento de construir el consenso proletario a favor de las decisiones del capital». El tribunal emite un juicio severo, sobre la «incapacidad» y la «ineficiencia» de las instituciones del Estado y los servicios secretos para salvar a Moro. El tribunal excluye la tesis de un «complot internacional» contra Moro.
Enrico Berlinguer, nacido en Sassari (Cerdeña), 1922-1984, fue el Secretario general del Partido Comunista italiano de 1972 a 1984. Nació en un contexto cultural y familiar notable, fue primo de Francesco Cossiga, ex presidente de la República italiana y familiar de Antonio Segni otro ex presidente de la República. El abuelo, también llamado Enrico Berlinguer, fue el fundador de La Nuova Sardegna, un importante periódico sardo, y amigo personal de Giuseppe Garibaldi y Giuseppe Mazzini. En 1957 fue elegido presidente de la FMJD, organización internacional de juventudes comunistas y socialistas. Ese mismo año como dirigente de la escuela central de formación del PCI, abolió la visita obligatoria que hasta entonces había que hacer a la URSS como parte de la formación política, la cual era necesaria para ser admitido en las más altas posiciones del PCI.
En 1969 como diputado y segundo del PCI, participó en la conferencia internacional de Partidos Comunistas, celebrada en Moscú, en la que la delegación italiana se mostró disidente de la línea política oficial, y rechazó apoyar el informe final. En ese momento concreto se empieza a hablar de Eurocomunismo, que finalmente se impondría en la mayoría de los partidos comunistas de Europa Occidental. Enrico Berlinguer pronunció el más grave discurso público de un dirigente comunista en Moscú, se negó a considerar a los comunistas chinos como enemigos. Y ante Breznev llamó a la invasión de Checoslovaquia como «tragedia de Praga», mostrando las diferencias existentes en cuestiones como soberanía nacional, la democracia socialista, la libertad de expresión.
En 1970, Berlinguer realizó un llamamiento a los grandes empresarios y a las fuerzas conservadoras de Italia, declarando que el PCI estaba a favor de un nuevo modelo de desarrollo. En 1972 fue elegido Secretario General del PCI, en 1973 escribió tres famosos artículos: Reflexiones sobre Italia. Tras los hechos de Chile y Tras el golpe, para el semanario cultural del PCI, Rinascità. Presentando la estrategia del llamado Compromesso Storico, una propuesta de coalición entre el PCI y los democristianos que diera a Italia un periodo de estabilidad política, en un contexto de grave crisis económica y en el cual, tanto elementos del aparato del Estado como grupos neofascistas, planeaban una táctica para dar un golpe de Estado y utilizaban el terrorismo como método.
Cuando Berlinguer expresó finalmente la condena del PCI sobre cualquier tipo de interferencia, la ruptura con el PCUS fue completa. Por su parte, los soviéticos afirmaron que desde que Italia sufría la interferencia de la OTAN, era claro que la única interferencia que los comunistas italianos no podían soportar era la soviética. En una entrevista para elCorriere della Sera, declaró que se sentía seguro bajo el paraguas de la OTAN. Berlinguer, intentaba acercarse a grupos de la sociedad tradicionalmente hostiles al comunismo. Otra fuerte apuesta fue la publicación de la correspondencia con monseñor Luigi Bettazzi, un hecho que desde que el Papa Pio XII había excomulgado a los comunistas, la posibilidad de cualquier relación entre comunistas y la Iglesia Católica era un imposible.
Esto fue clave para deslindar las imputaciones de que el PCI amparaba a los «terroristas de extrema izquierda», el PCI abrió sus puertas a muchos católicos, y en las elecciones generales de 1976, el PCI obtuvo el 34,4% de los votos, el mejor resultado de su historia. Durante el secuestro de Moro, adhirió al llamado Frente de la Firmeza, rechazandonegociar con los secuestradores. Berlinguer dijo en un mitin en Florencia: «No, a cualquier tipo de cesión al ultimátum de las Brigadas Rojas. No, en nombre del estado, de sus instituciones y de la democracia, sin la cual nada es posible». Y afirmó: «Coincidimos con el Papa: liberar a Moro simplemente y sin condiciones».
Los comunistas tomaron parte en todas las manifestaciones realizadas en Italia junto a diferentes formaciones políticas. Era obvio que Berlinguer era un enemigo para las B.R y para la URSS y la OTAN. En 1980, el PCI condenó públicamente la invasión soviética de Afganistán, en sintonía con el rompimiento con los soviéticos no participó de la conferencia internacional de París, y realizó una visita oficial a China. En noviembre de 1980, declaró que la idea del Compromiso Histórico estaba caducada, sería reemplazada con la propuesta de la Alternativa Democrática. En 1984, más de un millón de personas asistió a su funeral, en una de las mayores manifestaciones de la historia del movimiento comunista italiano.
¿Quién secuestró a Aldo Moro? Las Brigadas Rojas. ¿Quién mató a Moro? Mario Moretti, él mismo lo dijo, también afirmó sobre Moro: «Él sabía que había sido condenado a muerte; es decir, no se le engañó nunca, aunque tampoco le dijimos cuándo, queríamos ahorrarle esta crueldad». Valerio Morucci aseguró que Moro fue asesinado por las Brigadas Rojas y rechazó tajantemente la posibilidad de una infiltración de la criminalidad organizada en el secuestro. Respondió así a las declaraciones efectuadas a los jueces por el mafioso arrepentido Saverio Morabito, quien aseguró que el jefe de la Ndranghetta (mafia calabresa), Antonio Nirta, formó parte del comando terrorista que secuestró a Aldo Moro. Mario Moretti efectuó los disparos, pero aún hay muchos que se preguntan sobre los autores, esta es mi respuesta.
Fuenteovejuna es el drama de Lope de Vega, su obra más universalmente conocido. El comendador de Fuenteovejuna, Fernán Gómez de Guzmán comete toda clase de crueldades contra sus vasallos. Soberbio y lujurioso, humilla a los hombres, fuerza a las mujeres. Y pretendiendo ejercer el derecho a la pernada, secuestra a la recién desposada Laurencia, llevándosela a su castillo, Laurencia, consigue escapar del comendador depredador, desmelenada y rasgada, se dirige al pueblo con toda su carga emocional y consigue armar la rebelión. La revuelta estalla con enorme violencia y las mujeres recogen el cadáver del tirano para exhibirlo despedazado a la vergüenza. Su criado Flores, cómplice de sus crímenes, consigue escapar y pide auxilio a los Reyes Católicos, que ordenan la investigación.
A los pesquisidores, a las presiones, a las torturas, mecanismo judicial legal en la época, todo el pueblo responde con una voz: «¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor». Y los reyes no tienen más remedio que dar por bueno lo sucedido, y pasar a Fuenteovejuna bajo la jurisdicción real. «¿Quién mató a Aldo Moro? El Estado italiano, Señor». La debilidad no es un rasgo permitido a un Hombre de Estado. ¡Salus populi, Suprema Lex est! La salud del pueblo debe ser la suprema ley.