Sin lugar a dudas la izquierda mexicana, o quizá sea mejor decir las distintas expresiones de la izquierda que hay en México, tienen un severo problema que resultará difícil identificar e intentar solucionar en el corto o mediano plazo.
Durante el debate de la Reforma Energética decidieron dejar de participar aduciendo que la intención de los adversarios era entregar el petróleo a los particulares y a las grandes corporaciones petroleras privadas, discurso que no tuvo el eco y el efecto esperado. Esos millones de inconformes a que se refirieron siempre, resultaron finalmente unos pocos cientos o quizá miles de acarreados en su mayor parte ignorantes de lo que trataba la iniciativa de reforma.
Un periódico de circulación nacional realizó una encuesta entre los asistentes al cerco del Senado de la República, y por cada diez personas entrevistadas, nueve no sabían a ciencia cierta de que se trataba el asunto, lo que habla de la perfidia o de la manipulación de quienes ejercen el liderazgo de los partidos participantes. La razón más recurrente fue que asistieron porque les dan de comer, lo que también es indicativo de la brutal mendicidad de aquellos que los llevan y traen a sabiendas de que están cometiendo un acto de deslealtad y deshonor que contraviene los principios básicos de la probidad con que se debe honrar al ejercicio político. Pero eso es lo que menos importa cuando se trata de cumplir con la finalidad inmediata que era detener a toda costa la llamada Reforma Energética y la entrega de la riqueza nacional a los empresarios y corporaciones extranjeras.
Ese ha sido el discurso de esas izquierdas manipuladoras y populistas que nada tienen que ver con el progresismo que ha distinguido a otras expresiones en diversas partes del mundo. Pero independientemente de las malas mañas empleadas para mantener ese pretendido cerco e intentar evitar que los senadores entraran al recinto, y después para protestar ante la falta de quorum necesario para realizarlo, lo cierto es que las izquierdas coaligadas de facto nunca tuvieron la intención de confrontar a los proponentes porque no tuvieron argumentos sólidos más que la insidiosa afirmación de que se estaba entregando la riqueza petrolera y traicionando los principios con que Lázaro Cárdenas había realizado la expropiación de 1938.
Negar la redacción original del artículo 27 de la Constitución después de la expropiación con tal de desgastar y descalificar la propuesta de Enrique Peña Nieto fue otro de esos actos deleznables y condenables a que nos tienen acostumbrados las izquierdas del país, lo que confirma que existe un extravío no tan sólo en materia ideológica, sino programático. México requiere con urgencia una expresión de la izquierda, pero no la que representan los partidos del Trabajo, de la Revolución Democrática o el Movimiento de Regeneración Nacional, porque ni siquiera tienen una definición coherente, y aunque no lo quieran aceptar, reciben fondos y directrices desde Venezuela, lo que también habla de una izquierda entreguista y añorante de los tiempos en que el Muro de Berlín todavía marcaba la división del mundo en dos ejes. México necesita una izquierda, esa que no representa ninguno de los mal llamados partidos de izquierda. Al tiempo.