Moisés Sánchez Limón
Cuando en 1970 debutó el “arriba y adelante”, treinta años del periodo de desarrollo estabilizador se desbarrancaron con medidas populistas que engordaron al aparato estatal con la creación de fondos, fideicomisos, cientos de miles de empleos en la burocracia y cargos para amigos y compadres –te quito para ponerme–, con la bandera de atender demandas sociales pero se convirtieron en fuente de corrupción, saqueo y nuevos millonarios.
Luis Echeverría Álvarez recibió al tipo de cambio en 12.50 pesos por dólar, cuando concluyó su sexenio la paridad era promedio de 20 pesos por dólar.
Cuestión de casualidades históricas; pasado y presente.
Echeverría Álvarez solía realizar largas giras de trabajo por zonas pobres y en especial indígenas, con el fin de cumplir su lema de campaña y rescatar de la pobreza a millones de mexicanos. Fracasó.
En efecto, en su administración hubo aciertos, como la creación del Infonavit y las Secretarías de Turismo y de la Reforma Agraria; había razón, impulsó la creación de Cancún como polo turístico que competiría con Acapulco, impulsado por Miguel Alemán en cuyo sexenio prosperó la corrupción y el nacimiento de nuevos ricos de la mano del llamado “Cachorro de la Revolución”; y repartió tierras al por mayor –la información disponible alude a unos 16 millones de hectáreas–, aunque en este caso fue controvertido.
Y es que, amén de haber contrariado a herederos del latifundismo postrevolucionario –un buen número de los cachorros de la revolución y familias de apellidos porfirianos –, con la idea de aparecer como un presidente progresista y simpatizante con la izquierda, abrió el intercambio con el grupo de países no alineados, es decir, del bloque pro soviético e incluso compró una enorme cantidad de tractores rusos que funcionaban en el campo ruso pero no en el mexicano porque, además, a los nacionales beneficiarios de esa maquinaria no se les capacitó en su operación y estos fueron arrumbados, convirtiéndose en chatarra.
¿De izquierda? En su administración creció la guerrilla urbana, impulsada por estudiantes de clase media y media alta, y dos hechos marcaron a su gestión: el “halconazo” del jueves de Corpus, 10 de junio de 1971, con la represión de una marcha en la zona de la Normal de Maestros y del Casco de Santo Tomás, con un número nunca cuantificado formalmente pero superior a los cien estudiantes y transeúntes muertos.
Y el desastre económico que legó a José López Portillo un cuerpo burocrático que creció de 600 mil puestos de trabajo registrados en 1972 a 2.2 millones en 1976. Además, la deuda externa creció a 20 mil millones de dólares cuando en diciembre de 1970, año en el que Gustavo Díaz Ordaz le entregó la banda presidencial, era de 6 mil millones de dólares.
Por supuesto, con esa animosidad populista que le caracterizó y su sueño de pasar a la historia como el mejor presidente del periodo postrevolucionario, tanto que buscó ser secretario General de la ONU y cabildeó el cargo infructuosamente, Luis Echeverría pretendió cobrar facturas a su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz, y le dejó el estigma de la matanza de Tlatelolco, 2 de Octubre de 1968. En esos días él era el poderoso secretario de Gobernación.
Pero, a la distancia de medio siglo, es evidente que fue un saltimbanqui en el ejercicio del poder. Sí, un acróbata en el ejercicio del poder, con el objetivo, reitero, de pasar a la historia como un Presidente de avanzada, convencido del cambio, aunque en ésta tarea el espectáculo fue folclórico, literalmente.
¿Acabó con la corrupción? ¿Progresó México? ¿Cambió el sistema de gobierno y se hizo justicia a los pobres? No, y el fracaso del “arriba y adelante” fue de tal dimensión que cuando José López Portillo rindió protesta como Presidente de la República, sucesor de Echeverría, debió apisonar su discurso con la petición de perdón a los pobres. El acto quedó inscrito como una pieza más de la demagogia.
Valga esta larga referencia, apenas una brizna de aquellos días del gobierno que pretendió, incluso, aparecer como respetuoso de la libertad de expresión, de prensa, pero acalló voces opositoras mediante millonarias inserciones en planas y planas de los medios impresos y largos tiempos en los incipientes noticiarios radiofónicos y televisivos.
Luis Echeverría se peleó y distanció de los hombres del dinero, en especial del Grupo Monterrey. El distanciamiento que fue en varios casos ruptura, abonó a la crisis económica con la baja en la inversión privada. El gobierno echó a andar la máquina de imprimir billetes y todo fue economía de oropel.
Hoy, el licenciado López Obrador tiene como eje de su gobierno el combate a la corrupción y el cobro de facturas. Dice que no es vengativo, se llama respetuoso del disenso y todos los días miente, como lo hizo con esto de, al cuarto para las doce, asumir la petición al Senado de la República para:
“(…) Dar cuenta de la presente petición de consulta popular y turnarla a la Comisión de Gobernación y, en su caso, a las comisiones que correspondan para su análisis, dictamen y cumplimiento de las etapas procesales correspondientes con fundamento en los dispuesto por la fracción 1ª del artículo 27 de la Ley Federal de Consulta Popular y demás disposiciones aplicables”.
Sí, para llevar a picota a los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.
¿No qué no?
Bueno, hemos de acabar por acostumbrarnos a este ejercicio del poder que hace malabares, acrobacias para no quedar mal aunque queda peor, porque le toma el pelo a los mexicanos y muchos, muchos lo permiten y hasta le festejan estas ocurrencias equilibristas enderezadas para justificar lo injustificable, como eso de pagar un sorteo con dineros del erario público para aparentar que el pueblo bueno saca de su bolsa 500 pesos y compra un cachito, porque cree a pie juntillas que así apoya al sector salud. ¿Y los cientos de millones de pesos que dijo el licenciado López Obrador que había para enfrentar la pandemia?
Saltimbanqui, en funciones de Presidente. Acróbata de la demagogia que abrevó en esas lecciones del echeverrismo que lo hizo joven dirigente del PRI en Tabasco y le entregó recursos del entonces Coplamar creado para ayudar a las zonas marginadas, mediante operación de Ignacio Ovalle Fernández, hoy al frente de Seguridad Alimentaria Mexicana, símil del Sistema Alimentario Mexicano que fracasó bajo su dirección en el gobierno de José López Portillo.
(Fotografía Capital México)
¿Alguna duda del burdo símil del modo de gobernar de López Obrador con el estilo personal de gobernar de Luis Echeverría, como lo bautizó don Daniel Cosío Villegas? Las mentiras de las mañaneras, no cabe duda, son esos malabares, acrobacias y equilibrismos dialécticos del licenciado López Obrador para justificar y negar. ¿O le doblarán la voz? Digo.
@msanchezlimon