Los días de muertos

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¡Que conste,…son reflexiones!

Por: Sócrates A. Campos Lemus

 

Para muchos resulta increíble que en el día dos de noviembre, el día de los muertos, comienzan, por ejemplo, en Oaxaca, a llegar los compadres y amigos a las casas a “ofrecer los muertos” que consisten en panes, deliciosos con el chocolate o café, los moles y guisos que pusieron en los altares o los dulces que acompañan las ofrendas al igual que las frutas y los mezcales, la costumbre es hermosa y en reciprocidad, los compadres y amigos se llevan también sus “muertos” de las casas que visitan, esa es la solidaridad del “más allá reflejada en el más acá”.

En la Huasteca y sierra de Hidalgo la costumbre es más o menos en las visitas que se dan a los parientes y amigos en esas fechas, le ofrecen un vasito de agua que en realidad es café o chocolate acompañado con pan y tamales, si le ofrecen café es que seguramente acompañaran la ofrenda con tamales, moles, gorditas, panes, bebidas, toda una comida y manjares, y para ello hay que tener un “buen diente”, recuerdo que a mi padre que era gustoso en sus visitas y famoso porque jamás decía que no a las invitaciones, en un tiempo lo pusieron a dieta y durante los muchos sacrificios de mi madre y sus protestas por la dieta logró bajar de peso como once kilos, pero en esos días de muertos recuperó como catorce y ahí se dio por vencida mi madre en sus ayunos para con mi padre y es normal nadie se podía resistir a las exquisiteces del esos tiempos.

Hace algunos años recorriendo parte de la Huasteca llegué invitado a varios poblados indígenas y pude observar cómo y con el tiempo ellos no dejaban de pensar en sus muertos, sus raíces, con esa solemnidad que llega a impactar el alma, recogían las flores de los campos, teñían reservadas mazorcas especiales para los guisos y tortillas, con un enorme amor cocinaban los rellenos de los tamales y los hacían como con magia en sus manos doblando las hojas de maíz con gran placer y cuidado, las viejitas rezaban y los viejos se tomaban sus aguardientes y amargos comen tanto entre ellos, con gran respeto y solemnidad, y uno ahí como parte de esto, ahí conocí a un gran “curandero” que en cuanto me vio me sacó del lugar y sin decir nada me llevó hasta un nacimiento de agua y  esa noche me obligó a meterme y bañarme para que saliendo me “rameara” y cantaba en algo que no entendía pero que me llegaba al corazón, como que me limpiaba y después volvimos a esa casa y todo era como más lúcido y brillante, como que las ánimas me decían que ahí estaban y tomamos algunos tragos especiales que llevaba en una botella llena de brotes y flores que decía eran para curar los odios del alma, y la verdad, desde entonces, tuve un cambio, se me olvidaron muchos odios y resentimientos y eso sirvió a mi vida en aquellos tiempos y  a lo mejor me alejó de las venganzas.

A veces uno como que no tiene ni fe ni confianza en esos desplantes de los curanderos a los que al final de cuentas les debemos parte de las tradiciones y son como custodios de muchos secretos, intuitivos, siempre a pesar de todo son cuidadosos porque dicen que no hay que lastimar el alma de los “enfermos” y para curarles hay que ver que su energía sea limpia, si tiene grumos pues no está del todo curado y entonces vienen los baños en el temazcal y las enterradas en campos limpios de todo mal, recomiendan no ir a los camposantos para que no lo agarren a uno los malos espíritus que ahí andan jodiendo nomás, recomendaron que solamente fuera o asistiera a los entierros de mis muy allegados, y en el tiempo antes del entierro, cuando su alma anda descontrolada y no entiende lo que sucede, comenta, hay que pedirles perdón por los agraviaos y decirle lo que en realidad siente o sintió en su vida y en su muerte y como eso es el camino para quedar en paz, tanto el muerto que se va como el vivo que se queda, desde entonces. pues así lo hago, no voy  mucho a los velorios, no hay necesidad, pero se medita sobre el tema y se vacían muchos nudos que atormentan el alma y el corazón.

Platicando con aquel hombrecillo bajito pero muy fuerte, con mirada de acero y manos fuertes y callosas, me dijo que algún día entendería eso del Nahual y del Tonal, de cómo en verdad desde el nacimiento tiene uno protectores a los que se debe venerar, por eso hay que pedir permiso y perdón a los animalitos cuando se matan para comer y a las plantitas que se arrancan para comer o tener salud, el respeto a los viejos que sin tener “educación” las experiencias de vida les dan sabiduría y llegan a ser los TATAS MANDONES o parte del CONSEJO DE ANCIANOS que en muchos sitios y comunidades son vitales para la buena conducción del grupo y la comunidad, SABER DAR CON AMOR, DECÍA, y recibir con alegría y dando gracias por lo que se tiene y por lo que se pierde o se va, por eso esa paz en muchos de sus rostros, y en mi amigo, el curandero, que me solicitó no decir su nombre en vano, sino recordarlo con afecto en el interior, también ese rostro de calma y de paz dejaba ver con toda claridad su alma a través de sus grandes ojos negros, medio acerados, que de pronto se prendían en las alertas de cualquier peligro o se serenaban con las buenas vibras y así, en el silencio, tomábamos el aguardiente con sus menjurjes que el solamente conocía y tomaba del monte, sobre todo en las madrugadas, siempre con cantos y rezos y como si caminara totalmente en silencio, de a brinquitos, sin zapatos sintiendo la fuerza de la tierra, el calor de la mañana, cuidando el pecho para no tomar el frío y de vez en vez tomar el trago de aguardiente que llevaba en su botella especial. No sé qué fumaba pero no era cigarrillo de hoja, eran plantas especiales a las que enredaba a su modo en pequeños enredos pero jamás invitaba, cuando pedí me dijo que eso no, no era para mí, no estaba preparado y jamás me brindo un churro de sus especiales hojas que jamás supe de que eran pero se perdía su vista y se iban o viajaban sus recuerdos y pensamientos en el humo, como recordando a sus muertos y amando a sus vivos, tal como debe ser la vida diaria…Y no hay duda que la vida me ha bendecido con tantas experiencias y tantos buenos momentos con gentes que al final me ayudaron a cambiar y dejar los malos modos, los resentimientos y las venganzas y me dieron la paz para caminar en este mundo preparando mi partida al otro, si es que está, porque  siempre tengo dudas, pero, por si las moscas, más vale estar que no estar…total, como nada te llevas, lo mejor es desapegarte de todo. El viaje es largo y hay que ir ligero.

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