Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México, (BALÓN CUADRADO).– Con cerca de una treintena de campeones mundiales –entre ellas, mujeres–, Ignacio Beristáin con nada se espanta. Lo sostiene sin alardes cuando está repuesto del Covid-19 que lo aquejó a principios de diciembre. Por un momento pensó que todo terminaba, no sólo el boxeo, al que ha amado de manera genuina por tantas décadas. Incluso reflexionaba en su propia muerte.
“Esta vez pensé: ya viví un chingo. Hasta aquí fue todo”, acepta sin dramatismos. Porque, narra, no es la primera vez que enferma de “manera seria”.
Recuerda que ya antes estuvo tres veces con neumonía y “aquí sigo”.
Los estragos a su salud han estado relacionados con su actividad profesional.
En los años 90, cuando los ex campeones del mundo, Ricardo Finito López y Melchor Cob trabajaban bajo su tutela, un trayecto de Nueva York a Los Ángeles lo puso en una situación delicada.
“Entrenamos en el Central Park con Finito, con un mal clima”, recuerda.
“Peleó y al día siguiente volé a Los Ángeles para estar con Cob, quien defendía su título. Estuve con fiebre y me sentía muy mal. Pero salí adelante, esa y otras dos veces más.”
A pesar de los cuidados que mantuvo en la cuarentena, apenas regresó la actividad en el verano. Un sentido de responsabilidad lo empujó a acompañar a los jóvenes que entrena.
Beristáin piensa que fue en uno de esos viajes de trabajo donde se contagió.
“En los aeropuertos no falta quien te reconoce y te quiere abrazar o tomarse una foto. Creo que en esos momentos me pude contagiar”, comenta.
Compromiso moral
En su círculo cercano insisten en que es momento de alejarse del cuadrilátero.
Pero Beristáin piensa en el boxeo como un compromiso moral y no sólo profesional.
Ve a los jóvenes que desarrollan con pasión un estilo y se entregan sin condiciones, se siente obligado a estar junto a ellos.
“Cuando me piden que ya no vaya a trabajar, me incomoda”, dice Don Ignacio.
“Me deleita ver a mis peleadores boxeando bonito. Ahora tengo cinco jóvenes que tienen posibilidades de conseguir algo y no puedo dejarlos solos”, aclara.
Beristáin tiene más de ochenta años y espera el turno para vacunarse contra el Covid.
Además de vivir, nada le hace más ilusión que volver a dar instrucciones desde uno de los ángulos del cuadrilátero.
(Con información del diario La Jornada)