Miguel Ángel Casique Olivos
México y la urgencia de un nuevo capitán
El pasado 1º de diciembre se cumplieron tres años de la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la Presidencia de México y los festejó con “bombo y platillo”, pese a que sus resultados de gobierno han sido desastrosos y a que ha perdido los estribos porque se halla completamente desesperado debido a que ni él ni su gabinete han logrado que sus fantasías cuajen en la realidad y sean aplaudidas siquiera por los mexicanos que votaron por él en 2018.
A cada paso de AMLO se advierte la desesperación que lo está llevando a cometer garrafales errores políticos que tarde o temprano le cobrarán la factura, lo que seguramente empezará a verse en las elecciones de 2022, cuando se elegirán gobernadores en Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas.
Su desesperación es tal que hace unos días se vio reflejada en un decreto presidencial (22 de noviembre) con el que pretende que varias de sus megaobras en proceso de construcción sean consideradas de “seguridad nacional” para que no sean objeto del escrutinio público, actitud en la que los analistas políticos serios advierten los primeros indicios de una dictadura, ya que ven que, con esa decisión autoritaria, intenta pisotear la Constitución.
En el citado decreto se afirma que las obras públicas relacionadas o afines “con la infraestructura de los sectores de las comunicaciones, las telecomunicaciones, las aduanas, las fronteras, la hidráulica, el agua, el medio ambiente, el turismo, la salud, los ferrocarriles, los puertos y aeropuertos” serán asuntos y proyectos de seguridad nacional.
Pero también reconoce que los proyectos de infraestructura que tengan “propósitos, características, naturaleza, complejidad y magnitud, se consideran prioritarios o estratégicos para el desarrollo nacional”. Es decir, AMLO decide lo que debe realizarse y todo lo que se oponga a sus objetivos debe ser allanado. Y si por legítima o natural defensa, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) deroga ese decreto, entonces llamará a las “armas” a su base morenista, muy minada ya, contra los “conservadores”, “enemigos del pueblo”, “antidemocráticos” y todos “los que quieren regresar el pasado”.
Pero más allá de esto hay otro elemento que ha entrado en el juego político de AMLO y es la participación del Ejército en la política y economía de nuestra nación. De acuerdo con la ley actual, cuando un proyecto debe ser salvaguardado por razones de seguridad nacional, pueden concertarse contratos sin licitación y desarrollarse en secrecía, algo que el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) ha venido haciendo aun sin este decreto. Pero ahora el objetivo es despacharse con la cuchara grande y de paso mostrarse ante el pueblo humilde y trabajador como el hombre poderoso, autoritario y dictador que es.
El acercamiento y cortejo que hacen los militares forma parte de esta jugada política de corte dictatorial; lo que permite entender por qué desde que llegó a Palacio Nacional, les ha dado contratos para construir obras públicas, manejar dinero e irse convirtiendo en una “empresa” que controle el mismo gobierno para que, por esa vía, asegure su existencia y permanencia política una vez que concluya su sexenio. Por ello vemos cómo una compañía militar va administrar los recursos que reciben el Tren Maya, el corredor interoceánico, el Puerto de Coatzacoalcos, el aeropuerto Felipe Ángeles y los aeropuertos que se construirán en Chetumal, Tulum y Palenque.
No hay as bajo la manga. Con el pretexto de la seguridad nacional, el decreto de AMLO hará que los contratos de los militares sean más grandes, pero, eso sí, no habrá ninguna garantía de que los proyectos sean viables, protejan al medio ambiente y que sean transparentes.
Aquí no hay ninguna acción en la que estén primero los pobres, no hay 4T y tampoco un México libre y democrático. AMLO y sus políticas erróneas amenazan los derechos de los mexicanos consagrados en la Constitución Política. AMLO está desesperado y quiere garantizar su legado político, de que sabe que deberá morir al término del sexenio porque no sirve. Los próximos tres años serán más complicados en lo económico, político y social y, para eso, los mexicanos debemos estar listos y cambiar de capitán en este barco que se llama México. Por el momento, querido lector, es todo.