Soltar las amarras al pueblo

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Partiendo de la tesis de que la Revolución mexicana, sus caudillos e ideólogos principales, en la medida en que lo fueron, jamás se propusieron otra cosa que barrer enérgicamente con los vestigios feudales que trababan el desarrollo del capitalismo, sobre todo en el campo, y garantizar las condiciones de todo tipo para el quehacer y la prosperidad económicas de una burguesía nacional emergente; esto es, partiendo de la idea de que la Revolución Mexicana triunfante jamás se propuso otra cosa que instaurar en el país un capitalismo pleno, hay que interpretar el punto de vista de quienes sostienen la tesis de la desviación, del “abandono del camino original” como la fuente y la causa fundamental de nuestras dificultades actuales, en el sentido de que, de no haber ocurrido tales desviaciones, hoy disfrutaríamos de un capitalismo eficiente, esto es, de un capitalismo capaz de generar, en la cantidad y calidad suficientes, todos los satisfactores materiales y espirituales que está demandando la sociedad mexicana, y capaz, también, de distribuirlos de manera aceptablemente equitativa.
 
Tal punto de vista, como es fácil entender, no cuestiona la parte esencial del sistema, su carácter capitalista, sino, justamente, su falta de integridad, esto es, el no haber sabido ser un sistema suficiente y completamente capitalista. La “claudicación” y el “abandono” de que se habla, pues, serían la claudicación y el abandono de una senda consecuentemente capitalista.
 
Los partidarios de este enfoque explican las “desviaciones” y “traiciones” a los principios y metas originales de la revolución por la falta de visión, honradez, patriotismo y audacia de que dio muestras el grupo en el poder, desde el fin del periodo presidencial del General Lázaro Cárdenas; y no faltan quienes culpan al mismo Cárdenas de ser el iniciador de este proceso, con su designación en favor del General Manuel Ávila Camacho para presidente de la República. Otros, más prácticos quizás, sitúan el punto de vista más cerca, en el sexenio del Lic. Luis Echeverría Álvarez.
 
Consecuentes con este enfoque del problema, reducen la tarea del ahora al simple relevo de hombres en el poder: si la causa de nuestros males radica en que nos gobiernan hombres antipatriotas, deshonestos, desleales y prevaricadores, el remedio está en desplazarlos y colocar en su lugar a otros que no lo sean, a hombres que, por sus virtudes, sean capaces de llevarnos a reencontrar el rumbo hace tiempo abandonado, para continuar por el camino de una Revolución en perpetuo ascenso.
 
Aceptar esta explicación del problema es, a todas luces, aceptar una visión subjetivista, impotente, de la historia. Ésta tendría como explicación última la voluntad arbitraria, el capricho o la maldad de los hombres, sin que podamos nunca saber de dónde proceden, cuál es el origen de esos caprichos y maldad y sin que podamos, por tanto, hacer nunca nada para poner remedio a la situación.
 
Esta visión olvida, intencionalmente quizás, que la experiencia histórica enseña que aun las tareas mismas del capitalismo sólo pueden realizarlas plenamente, y llevarlas hasta sus últimas consecuencias, la energía y la participación consciente, activa y convencida de las grandes masas populares. De aquí se desprende fácilmente que el pecado capital del sistema surgido de la Revolución Mexicana, el que explica, incluso, que haya sido posible que se pusieran al timón de la misma hombres dispuestos a traicionarla, radicó en su política de corporativización, manipulación y sometimiento de las grandes masas populares, de las grandes masas de obreros y campesinos a los intereses y designios del gobierno. O, dicho de otro modo, en la cancelación drástica de su participación libre, activa y consciente.
 
Naturalmente que esto tampoco ocurrió por el simple capricho del grupo en el poder. La corporativización y sometimiento de las masas trabajadoras mexicanas, casi desde el inicio mismo de los regímenes revolucionarios, obedeció a una férrea necesidad de controlarlas absolutamente, impuesta tanto por el carácter capitalista del proceso que se iniciaba como por la delicada coyuntura mundial de aquel momento; es decir, que los hombres en el poder no habrían podido hacer otra cosa aunque así lo hubieran deseado. De donde se desprende, como lo he sostenido en otra ocasión, que la actual situación que vive el país no puede visualizarse como un accidente o como el fruto de un plan maquiavélico del grupo en el poder para “traicionar los postulados originales de la revolución”, sino sólo como la consecuencia necesaria del carácter capitalista del proceso y de las circunstancias históricas en que éste surgió y se ha venido desarrollando.
 
El capitalismo mexicano ha devenido en un capitalismo débil, ineficiente y en crisis porque es un capitalismo que se ha venido construyendo sin la acción consciente y libre de las masas, sin su impulso consecuentemente revolucionario. Los hombres en el poder han rehuido al control, la vigilancia y la presión de las masas, recluyéndolas desde el principio en organizaciones-cárcel y corporativizándolas a través del partido oficial.
 
De aquí se desprende también, entonces, que no es verdad que la tarea política del momento consista esencialmente en dar la batalla para desalojar a los “corruptos y prevaricadores” del poder y sentar en su lugar a los autodeclarados “patriotas, honestos, leales y revolucionarios”. Estamos completamente seguros de que, sin una real liberación de las masas de su cárcel organizativa, sin una participación activa y consciente de las mismas en la reconstrucción del país, las cosas seguirán igual o peor que ahora, quien quiera que sea el grupo o persona que ocupe el poder.
 
Por tanto, la tarea central del momento consiste en liberar a las masas de sus tradicionales cadenas organizativas, en conquistar para ellas el derecho a organizarse en forma absolutamente libre e independiente del gobierno, y en concientizarlas y prepararlas para su participación activa y revolucionaria en la solución de los grandes problemas nacionales.
 
Y es tan cierto esto que el mismo sistema tiene, desde mi punto de vista, en la liberación, la organización y la participación consciente de las masas en las grandes cuestiones nacionales, la única y última opción verdadera para reconquistar la confianza del pueblo, para derrotar legalmente a sus enemigos y para evitar la colisión de las clases, que de otra manera se avisora inevitable.
 
Debería, por tanto, decidirse de una vez a cortar las amarras del pueblo, pasando, si fuera necesario, sobre los intereses mezquinos que se opongan a tal medida. Porque si no lo hacen por conveniencia los hombres del poder, las masas lo harán, de todos modos, más pronto que tarde.

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