Moisés Sánchez Limón
¡Caray! Imposible hace mutis frente al affaire Pepe Ramón y la Casa Gris que devino en singular “pausa” que parece ruptura pero no lo es en la relación con España.
¿Otro distractor? ¿Qué quiso decir Su Alteza Serenísima?
El canciller Marcelo Ebrard de plano evitó explicar, sin duda porque no sabe cómo explicar este desencuentro con el gobierno de España, aunque la mueca frente a la pregunta dijo todo: le molestó que el licenciado presidente dijera lo que dijo porque eso de la “pausa” tiene severas implicaciones diplomáticas.
Y no es descubrir el hilo negro. No, es llegar a la conclusión de que en Palacio Nacional todo se descompuso y se agrió el carácter del licenciado presidente, al grado de poner en riesgo su vida, porque los médicos militares que lo atendieron hace unos días, se lo advirtieron.
Mire usted. Llegar a ser candidato a la Presidencia de la República implica todo lo que un vulgar aspiracionista pueda tener, sobre todo dinero y empatía con el potencial elector y la relación con los dueños del dinero y los poderes fácticos.
Andrés Manuel I tuvo eso y más. Pero inmediatamente después de que juró respetar y hacer respetar a la Constitución General de la República Mexicana, olvidó eso: respetar.
Y en el ánimo del clasemediero que nunca ha tenido y llega a tener –en este caso el máximo poder político, económico y social como Jefe del Poder Ejecutivo Federal–, loco se quiere volver… y se vuelve, se volvió.
En este ánimo de revisar lo que acontece en Palacio Nacional consecuencia de las andanzas y ocurrencias del Duce que lo habita y se solaza en sus recorridos por esos espacios vedados para el pueblo bueno, el jodido que no tiene derecho de picaporte al inmueble y menos a la oficina presidencial, nada sorprende por conocido, aunque molesta en grado superlativo al sentido común.
Su Alteza Serenísima Andrés Manuel I, suele parafrasear otra máxima popular, aunque evita citarla tal cual y, para los tiempos que corren, no cabe duda que le cae como anillo al dedo, empecinado en desviar la atención del mayúsculo escándalo provocado por su cachorro José Ramón, que ha metido en un brete de descrédito a la honestidad valiente, a la bandera de su padre.
“El poder, a los inteligentes envanece y a los pendejos enloquece”, reza aquella máxima que el Duce gusta utilizar cuando se le paga la gana endilgarla a sus enemigos, contrincantes políticos, restándoles inteligencia.
Pero el Duce ha enloquecido, se enfundó en ese protagonismo que implica haber perdido el piso que lo lleva a enderezar severas, graves descalificaciones contra periodistas y opositores y hasta empresarios españoles que tienen negocios en México.
Elemental, cualquier padre o madre de familia defiende al vástago, pero José Ramón López Beltrán no es cualquier vástago, no. Un machuchón común asume sus culpas y repara el daño, pero el hijo del Presidente, cobijado por el poder escurre la responsabilidad y el mensaje es que cada mexicano investigue, si puede, cuánto cuesta llevar esa vida que exhibe.
Mentís al discurso del Duce que, desde el púlpito recomienda conformismo y mediocridad con un par de zapatos y ausencia de superación personal. ¿Una mansión, dos mansiones? ¡Bah!, no hay delito, aduce Su Alteza Serenísima y deslinda el conflicto de interés. Pero está encabronado y el que se enoja pierde.
“Y le he pedido al director de Pemex que aclare bien lo de esta empresa estadounidense que recibe contratos de Pemex y por la cual se hizo todo el escándalo de José Ramón, mi hijo, y su esposa; toda una calumnia, todo un escándalo sin fundamento, una campaña de desprestigio. Claro, no en contra de José Ramón, lamentablemente los hijos de uno tienen que pagar por lo que hacen sus padres y como mi trabajo es enfrentar a la mafia del poder y llevar a cabo, junto con muchos otros mexicanos, un proceso de transformación, pues no es en contra de él de manera directa, aunque los dañen, es en contra mía”, sostiene el licenciado presidente y, de cara al sol, se victimiza.
¡Pobre Andrés Manuel, pobre! Pero, ¿de dónde los recursos para rentar esas mansiones? ¿Por qué parece que la señora Carolyn Adams es de dinero? ¿No sabe cómo viven sus hijos? Por favor, por favor.
Pero, carente de elementos para desmentir lo que ha aparecido en imágenes, pruebas contundentes que dan pie a la existencia de delitos como el tráfico de influencias, el licenciado presidente descalifica groseramente.
“Es Claudio X. González, porque pues eran los dueños o se sentían los dueños de México, con periodistas deshonestos como Carmen Aristegui, periodistas no sólo deshonestos, sino corruptos y mercenarios, capaces de inventar cualquier situación, como Loret de Mola, la señora que está con Claudio X González que pertenece al grupo de Aguilar Camín, María Amparo Casar”. ¿Es defensa? No, es el hígado presidencial que hierve por la ira.
En serio. Y puerilmente quiere cobrar la factura a Carlos Loret de Mola porque desnudó la vida de lujos de Pepe Ramón.
“Y de una vez adelanto –puntualizó el licenciado presidente– que le quiero pedir, en aras de la transparencia, a Loret de Mola si me puede decir, nos puede decir cuánto gana al mes y quién le paga. Voy a esperar la respuesta.
“No quiero, porque es importante aclararlo, que se escude diciendo de que es su actividad privada, porque no es así, es una actividad pública y además se necesita saber qué empresas son las que están financiando, quiénes son los dueños de las empresas”.
Bueno, bueno, entonces, en términos de equidad y justicia, es obligado que él, es decir, Andrés Manuel López Obrador y su vástago digan cuánto ganan pero no de hoy, desde los tiempos en que el Duce buscaba la Presidencia y Pepe Ramón desempeñaba el papel de asesor y coordinador de las relaciones de su padre.
Burda la defensa desplegada en acompañamiento a Su Alteza Serenísima, como la bachiller Ana Elizabeth García Vilchis y Octavio Romero Oropeza, amigazo del alma de López Obrador que se suman a la defensa de Pepe Ramón.
“Siguiente, por favor –pidió la bachiller García Vilchis—. En el tema de la casa de Houston, Texas, donde vivió el hijo del presidente López Obrador, no existe conflicto de interés (¿Nooo?), como sí lo hubo en el asunto de La Casa Blanca y Enrique Peña Nieto. El reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y Latinus carece de rigor periodístico (¿en serio?), recurre a fuentes de internet y no hay comprobación de nada, más allá del sensacionalismo y la mala fe (¿y las fotos y los documentos exhibidos?)..
“Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y todos los demás que reprodujeron acríticamente su reportaje no pudieron demostrar conflicto de interés, pero sí mostraron muy poca ética periodística”. O sea, canijo Carlos Loret falto de profesionalismo encueraste al doble lenguaje presidencial.
Y, en el corolario de este despliegue, en defensa de la honestidad valiente, de la bandera presidencial y del hijo orgullo de su nepotismo, el licenciado presidente planteó pausar las relaciones con España, que se entendió como ruptura de relaciones pero él pretendió explicar y sólo se perdió en la oscuridad retórica con acusaciones contra empresas españoles, como Iberdrola.
(Fotografía El Informador)
“Sí, la pausa es: vamos a darnos tiempo para respetarnos y que no nos vean como tierra de conquista. O sea, sí queremos tener buenas relaciones con todos los gobiernos, con todos los pueblos del mundo, pero no queremos que nos roben. Así como los españoles no quieren que lleguen de ningún país —y hacen bien— a robarles, pues tampoco queremos nosotros. Entonces, vamos a esperar, porque era mucho”, refirió Su Alteza Serenísima.
Por supuesto, hubo respuesta del ministro de Relaciones Exteriores de España, José Manuel Albares, quien dijo que no se ha hecho declaración alguna que lleve a lo dicho por López Obrador; y la condena, en México, de la oposición legislativa que fue superior a la defensa del oficialismo legislativo.
Usted estará de acuerdo en que huelgan las declaraciones frente a lo dicho por López Obrador, quien decidió la puerta del escándalo político y diplomático para silenciar el escándalo familiar. ¿Qué hacemos con Su Alteza Serenísima? La Casa Gris, no cabe duda, es la piedra con la que el honesto, clasemediero y aspiracionista se tropezó. Digo.
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