Infierno del balón, más allá de Qatar

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+Pocos recuerdan que hay una esclavitud moderna, de poderosas empresas deportivas, que tiene décadas, con el pretexto de la pelota a la oscura sobra de la FIFA

+En Birmania, con salarios de hambre, se concentran trabajadores confeccionan la ropa de futbol para Adidas

 +Ganan menos de tres dólares –unos 60 pesos– diarios

+Algunos denuncian que fueron despedidos después de pedirles un aumento a los dueños de las fábricas

+Hay 40 millones de trabajadores de la confección en el sur de Asia

+Durante mucho tiempo han lidiado con malas condiciones laborales y salarios

+Y cuyos problemas se han visto exacerbados por la pandemia

BALÓN CUADRADO

Jesús Yáñez Orozco

 

Ciudad de México.- Nadie –o casi nadie— de los  miles de millones de aficionados al futbol tiene idea de –cuando portan una playera de la selección de su país, usan botines o patean un balón oficial a la oscura sombra de la FIFA–, la inhumana explotación a que son sometidos los obreros que las elaboran, niños incluidos.

Y cómo son esclavizados quienes los fabrican por parte de poderosas empresas deportivas transnacionales.

Cuando rueda el balón en la cancha nadie sabe que ronda un dolor lejano.

El llamado mundial de la “vergüenza” va más allá de Qatar. Y se extiende décadas atrás.

Aunque agudizado –e inconcebible– los últimos 20 años.

En enero de 2002, previo al mundial de Corea-Japón la organización humanitaria india ‘Marcha Mundial contra el Trabajo de los Niños’ acusó de “cerrar los ojos” ante la explotación infantil a la Federación Internacional de Asociaciones de Futbol (FIFA).

Antes de la Copa del mundo de Sudáfrica 2010 la Alianza Juega Limpio solicitó la FIFA que respondiera al informe Missed the Goal for Workers: the Reality of Soccer Ball Stitchers — La meta perdida para los trabajadores: la realidad de los balones cosidos de futbol –que publicó el 7 de junio, previo a la justa, la ONG International Labor Rights Forum –Foro Internacional de Derechos Laborales, ILRF, por sus siglas en inglés– ubicada en Estados Unidos.

El informe revelaba que los trabajadores y trabajadoras que se dedican a coser los balones de futbol en Pakistán, India, China y Tailandia seguían siendo objeto de alarmantes violaciones de los derechos laborales.

La investigación declaraba que el trabajo infantil continuaba existiendo en la industria paquistaní, además de ocurrir también en India y China.

Dos décadas después nada ha cambiado.

Todo indica que es peor.

Según un reportaje del diario The New York Times, publicado en su edición de hoy, cuando comenzó la Copa del Mundo en Qatar, millones de fanáticos lucieron camisetas que costaban entre 90 y 150 dólares y que fueron vendidas por Nike y Adidas, el proveedor oficial del torneo de este año.

Los jugadores, que vestían uniformes nuevos de colores brillantes, se pusieron zapatillas y tacos relucientes que se venden por más de 200 dólares.

Pocos recuerdan que esta infamia laboral, esclavitud moderna, tiene décadas.

Pero, ¿cuánto se les pagó a las personas que fabricaron estos artículos?

En el caso de los 7800 trabajadores de la fábrica del Grupo Pou Chen en Rangún, Birmania, proveedor de calzado de futbol para Adidas, la respuesta es 4800 kyats, unos 2,27 dólares, al día.

La fábrica en Birmania simboliza la lucha continua de muchos de los 40 millones de trabajadores de la confección en el sur de Asia, que durante mucho tiempo han lidiado con malas condiciones laborales y salarios, y cuyos problemas se han visto exacerbados por la pandemia.

Ahora, con el mayor evento deportivo del mundo en marcha, la labor de algunos trabajadores para mejorar sus condiciones de trabajo se ha topado con fuerte resistencia y penalizaciones.

En octubre, después de que los trabajadores iniciaron una huelga para exigir un salario diario de 3,78 dólares, los gerentes de la fábrica llevaron soldados al complejo y luego despidieron a 26 trabajadores. Entre ellos estaban 16 miembros del sindicato de la fábrica, que se cree que lideraron la huelga de más de 2000 empleados.

En diversas entrevistas realizadas a finales de noviembre, varios trabajadores dijeron que creían que la fábrica estaba aprovechando la oportunidad para castigar a los trabajadores que forman parte de los sindicatos, en un momento en que la junta militar gobernante de Birmania busca desmantelar las estructuras democráticas.

Al mismo tiempo, el aumento de la inflación y una moneda debilitada están ejerciendo presión sobre los medios de subsistencia de los birmanos. Desde el golpe de Estado del año pasado, el kyat, la moneda oficial, ha caído más de un 50 por ciento frente al dólar, y el costo de los alimentos, el transporte y la vivienda se ha disparado.

Una trabajadora, que ya estaba delicada de salud, dijo que había pasado tres días sin comer hasta que sus compañeros le compraron algo.

Otra obrera, de 22 años, que espera recuperar su trabajo, habló bajo condición de anonimato porque temía las represalias de su empleador.

“Nos preocupamos mucho por pagar el alquiler y enviar dinero a nuestras familias para que puedan sobrevivir”, subrayó. “Ya era muy difícil, por eso pedimos más dinero. Y ahora, sin nuestros trabajos, es mucho más difícil. No me alcanza para comer”.

En un comunicado enviado por correo electrónico desde la sede de Pou Chen en Taiwán, la compañía dijo que seguía las leyes y regulaciones locales en el manejo de los salarios de los empleados y asuntos de personal y que respetaba el derecho de los trabajadores a negociar de manera colectiva.

“Estamos pasando por un proceso de arbitraje con los demandantes según el procedimiento legal de Birmania”, decía el correo electrónico, en referencia a los trabajadores despedidos.

Adidas también emitió una declaración.

“Adidas se ha opuesto enérgicamente a estos despidos, que violan nuestras normas en el lugar de trabajo y nuestro compromiso de larga data para defender la libertad de asociación de los trabajadores”, argumentó la empresa.

“Estamos investigando la legalidad de las acciones del proveedor y hemos pedido a Pou Chen que reincorpore de inmediato a los trabajadores despedidos”.

La mayoría de las marcas de moda y ropa deportiva occidentales no poseen instalaciones de producción, sino que contratan fábricas o proveedores independientes, a menudo en el sur global, para fabricar sus prendas.

Esto significa que técnicamente no son los empleadores de estos trabajadores y, por lo tanto, no son legalmente responsables de hacer cumplir las normas laborales o los derechos humanos.

Recientemente, algunas empresas, como H&M, Adidas y Nike, hicieron que partes de su cadena de suministro fueran más visibles mediante la publicación de información de proveedores de fábrica para sus prendas, y Adidas proporciona una lista separada de sus proveedores de prendas para la Copa Mundial.

Nike, que produce kits (como se le llama a los uniformes de futbol) para 13 equipos de la Copa del Mundo como Estados Unidos, Inglaterra y Brasil, no publica una lista separada de proveedores de la Copa del Mundo, lo que dificulta rastrear dónde se fabricaron.

Y la transparencia sobre los proveedores no garantiza la responsabilidad en toda la cadena de suministro de la moda, que durante mucho tiempo se ha enfrentado con la represión sindical, una práctica destinada a prevenir o desmantelar la formación de sindicatos o los intentos de ampliar la membresía.

Trax Apparel, una fábrica en Camboya donde 2800 trabajadores fabrican camisetas de fútbol para Adidas y para el equipo de fútbol inglés Manchester United, despidió a ocho trabajadores en 2020 después de que formaron un sindicato para buscar mejores condiciones laborales.

La gerencia de la fábrica dijo que solo reincorporaría a cuatro de los ocho, y solo si el sindicato aceptaba no luchar por la reincorporación de los demás o el pago retroactivo completo. Al ver que no quedaba otra alternativa, el sindicato firmó un acuerdo en el que renunciaba a esos derechos.

“Seguí esperando una llamada, pero nunca llegó”, afirmó Sophal Choun, de 41 años, quien ganaba 7 dólares al día por coser a máquina en la fábrica.

le tomó un año y medio encontrar otro trabajo:

“Tuve que pedirles a mis hermanos que me ayudaran a mantener a mis dos hijos pequeños y sacar un préstamo para seguir adelante con una prima muy alta que ahora me cuesta mucho pagar”.

“Yo creía en un sindicato porque sabía que necesitábamos protección. Ahora, muchos días solo lloro y lloro”, agregó.

Trax Apparel, cuyos propietarios tienen su sede en Tailandia, no respondió a una solicitud de comentarios.

La situación de los trabajadores de la confección es uno de varios problemas sociales graves que han salido a la luz durante la Copa del Mundo de este año.

Se ha lanzado una tormenta de críticas contra Qatar por temas de derechos humanos, incluida la criminalización de la homosexualidad por parte de la monarquía autoritaria y el abuso bien documentado de los trabajadores migrantes.

Versiones de organizaciones no gubernamentales estiman en cerca de siete mil obreros de la construcción muertos entre 2010 y 2022.

Siete naciones europeas, incluidas Inglaterra y Alemania, planearon usar brazaletes con los colores del arcoíris con la frase “One Love” como muestra de apoyo a los grupos minoritarios, incluidas las personas LGBT.

Pero se retractaron después de que la FIFA, el organismo rector del futbol internacional, dijera que los brazaletes violaban sus estrictas reglas de uniformes para el torneo y que cualquier jugador que los usara recibiría una tarjeta amarilla, esencialmente una advertencia de mala conducta que puede conducir a la suspensión.

Sin embargo, los jugadores alemanes hicieron una especie de protesta al cubrirse la boca en una foto del equipo previa al partido. Y Hummel hizo un kit monocromático sin patrocinador para los jugadores daneses en protesta por Qatar.

Algunas personas que aplauden estas protestas piensan que también se debe reconocer la situación de los trabajadores de la confección que hacen los uniformes de la Copa del Mundo.

“Si bien hay una cobertura significativa sobre las condiciones que enfrentan los trabajadores migrantes en Qatar, ha habido una ausencia total de atención a los graves abusos contra los derechos de los trabajadores de la confección que fabrican kits de la Copa Mundial”, denunció Thulsi Narayanasamy, directora de defensa internacional de la organización sin fines de lucro. Consorcio de Derechos de los Trabajadores.

“La capacidad de los trabajadores de unirse colectivamente para garantizar mejores condiciones en sus fábricas es un derecho humano básico”.

(Con información The New York Times)

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