Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México, (BALÓN CUADRADO/Agencias).-. Las conmociones son frecuentes en los deportes de contacto –boxeo, hockey, rugby y futbol–. Pero también en las disciplinas con riesgo de caídas, como el esquí, la equitación o el ciclismo. Se trata de un traumatismo vinculado a un choque “directo o indirecto en la cabeza”, que altera el funcionamiento del cerebro durante “unos minutos u horas”, resumía en 2017 la Revista Médica Suiza.
“No se trata de satanizar un deporte”, aclara Jorge Alberto Guzmán Cortés, doctor en neurociencias de la conducta e investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo(UAEH), cuyo estudio sobre los efectos neurológicos en el boxeo amateur pronto serán publicados en México.
Las conmociones no siempre son visibles en las tomografías y rara vez van acompañadas de pérdida de conocimiento, aunque ha sido durante mucho tiempo el único signo de gravedad que se ha buscado en un deportista en el suelo.
Incluso cuando un atleta parece lúcido y capaz de continuar su carrera, puede “formarse traicioneramente un hematoma entre su cerebro y la cavidad craneal”, explica el doctor Jean-Pierre de Mondenard, ex médico del Tour de Francia.
Tras caerse en el Giro del Piamonte en 1951, Serse Coppi –hermano de Fausto– terminó la etapa antes de sentir fuertes dolores de cabeza ya en el hotel, a los que sucumbió unas horas más tarde.
Más recientemente, el austriaco Bernhard Eisel debió ser operado en el cráneo un mes y medio después de su caída en la Tirreno-Adriático en marzo de 2018, a causa de un hematoma subdural.
Frágil tras un primer traumatismo, el cerebro puede hincharse rápidamente luego de un segundo golpe sufrido en unas semanas, incluso si es menos violento.
Mal esclarecido científicamente, este “síndrome del segundo impacto” parece particularmente peligroso en los deportistas jóvenes y fue mencionado luego de las muertes de cuatro jugadores de rugby franceses de 17 a 23 años entre mayo de 2018 y enero de 2019.
El canadiense Jamie Cudmore denunció a su ex equipo, Clermont, a principios de 2019 por “poner en peligro la vida de otros”, después de sufrir tres conmociones en dos semanas y no ser sustituido.
El fenómeno está identificado desde los años 1930 en los boxeadores, víctimas de “demencias pugilísticas” que combinan temblores, pérdidas de equilibrio y trastornos cognitivos que recuerdan a la enfermedad de Parkinson.
Pero desde entonces se han diagnosticado muchos casos de “encefalopatías crónicas traumáticas” –afecciones cerebrales que evolucionan a enfermedades neurodegenerativas– en ex jugadores de futbol americano, hockey, rugby, incluso futbol.
Esta semana, el despacho de abogados inglés Rylands anunció una demanda de ocho ex jugadores de rugby contra las instancias de su deporte, para establecer su responsabilidad en la demencia prematura que los afecta.
Entre ellos se encuentra el inglés Steve Thompson, campeón del mundo en 2003 con el XV de la Rosa y que asegura no tener “ningún recuerdo” de haber ganado la Copa del Mundo.
Para la FIFA, la principal tarea es la introducción de “un remplazante permanente suplementario” en caso de que un jugador sufra conmoción, una decisión que podría tomar el próximo miércoles la International Board (Ifab), el órgano garante de las reglas del juego, y evitar así un segundo golpe en la cabeza en el mismo partido.
Tras Estados Unidos en 2015, la Federación Escocesa de Futbol anunció en enero su intención de prohibir tocar el balón con la cabeza en el entrenamiento para los menores de 12 años.
El 18 de noviembre, el que fuera campeón del mundo con Inglaterra Geoff Hurst abogó por la prohibición del juego de cabeza en las categorías inferiores, tras haber perdido a varios compañeros con los que ganó el título en 1966 por demencia, que también sufre la leyenda Bobby Charlton.
Investigación México
El boxeo elevó la violencia a una forma de arte. Esta premisa llevó al periodista estadunidense Pete Hamill, antes un entusiasta de este deporte, a rechazar un oficio cuya amenaza permanente es el daño cerebral.
En un célebre ensayo, el también escritor argumenta contra la brutalidad de ciertas formas de “ritualización de la violencia”, como el futbol americano, el hockey, ya mencionados, y en particular el pugilismo.
“La evidencia demuestra una relación entre la práctica del boxeo profesional y alteraciones neurológicas, tanto daño en la estructura y tejido cerebral, como en procesos cognitivos como la memoria y el lenguaje, entre otras”, argumenta Jorge Guzmán Cortés, doctor en neurociencias de la conducta e investigador de la UAEH, respecto al trabajo que próximamente dará a conocer.
Esta evidencia, puntualiza, es más abundante en el boxeo profesional.
Incluso en el pasado se hablaba de “demencia pugilística”, un término hoy en desuso; ahora sustituido por encefalopatía traumática crónica, un padecimiento consecuencia de la acumulación de golpes, que se presenta no sólo en boxeadores, sino también en jugadores de futbol americano y hockey.
“La creencia antigua de que los golpes violentos del nocaut eran los que provocaban más daño cerebral ya no es firme”, agrega el doctor Guzmán.
“Sabemos que es la acumulación de golpes, constante y por tiempo prolongado, lo que ocasiona este daño”, aclara.
En el estudio realizado por el doctor Guzmán en boxeadores amateurs reconocieron algunos patrones de alteraciones relacionadas con las funciones neuronales.
“No como una patología”, aclara, sino indicios que pueden manifestarse con mayor severidad en el futuro.
“Encontramos dos funciones con diferencias mínimas, pero que ya registraban cambios”, expone el investigador y precisa:
“Una era el control inhibitorio, la capacidad de frenar respuestas impulsivas, y la otra en la toma de decisiones de riesgo, esas donde la gente evalúa y actúa con precaución. Pero cuando está alterada esta función no se mide y se ejecutan acciones sin ese cálculo”.
Uno de los casos más dramáticos relacionados con la encefalopatía traumática crónica fue la del jugador de NFL Aaron Hernandez, quien se suicidó en la cárcel, donde cumplía cadena perpetua por el asesinato de un amigo.
Poco después surgió la hipótesis de que su comportamiento criminal pudo estar relacionado con ese padecimiento que le provocaron años de golpes que afectaron tanto su cerebro como sus funciones cognitivas.
“El boxeo no es una sentencia de muerte”, advierte el investigador.
Pero, aclara, “esta evidencia puede servir para disminuir los daños neurológicos y aumentar las medidas preventivas de los deportistas”.
El especialista describe una serie de prácticas que pueden limitarse para evitar este daño. Desde luego, no permitir combates en menores de edad donde se golpee la cabeza.
El uso de la careta, un dispositivo cuya seguridad se discute, pero que puede contribuir a la protección y sobre todo capacitar a los entrenadores sobre las lesiones.
“Tienen que aprender a reconocer algunas señales de riesgo”, indica Guzmán Cortés.
Y diagnostica:
“Hay conmociones en las que el deportista puede estar aparentemente bien, pero que debe atenderse. También poner atención en el trabajo del sparring. Porque aunque se trata de un entrenamiento, reciben golpes y, como se sabe hoy, es la acumulación de impactos en la cabeza a largo plazo lo que repercute en el daño neurológico.”
(Con información del diario La Jornada. Foto cortesía agencia Jam Media)