El llamado sueño americano “tiene que ver con el éxito individual conectado con la riqueza y con el sueño del inmigrante; que cualquiera puede llegar a Estados Unidos y convertir su vida en un éxito”, dice Sarah Chuchwell en su libro “Behold, America: A history of America First and the American Dream” (BBC, enero de 2019). Pero ese sueño, que los publicistas e ideólogos nortemericanos colocaron en el centro de su propaganda como algo al alcance de la mano y que ha servido de imán a millones de personas que intentan huir de la pobreza y la miseria de sus países de origen e ingresar a los Estados Unidos, se ha convertido en horrible pesadilla, no sólo para quienes intentan llegar de fuera sino para los propios estadounidenses.
Datos recientes describen la situación real del pregonado e idílico “sueño americano” y el grado de deshumanización y retroceso al que ha llegado una sociedad dirigida por hombres y mujeres obsesionados por la conquista de poder y riquezas para favorecer a la élite a la que pertenecen, aunque eso implique pobreza, enfermedades y muerte para millones de personas del país y del mundo. “La esperanza de vida en Estados Unidos extendió su declive de 2020 a 2021, la mayor caída de dos años del país en un siglo, ya que el COVID-19 y la epidemia de sobredosis de opioides afectaron a la población… La esperanza de vida general al nacer disminuyó en casi tres años de 2019 a 2021 a 76.1 años, el nivel más bajo desde 1996, según un informe del Centro Nacional de Estadísticas de Salud de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades… Otras causas de muerte que contribuyen a la fuerte caída reciente son las enfermedades crónicas y el suicidio” (EL FINANCIERO, 31 de agosto).
Creo que muchos de los que vivimos en esta época azotada por una pandemia mundial nos preguntamos cómo es posible que en el país más poderoso y adelantado científica y tecnológicamente, como se pregona que es Estados Unidos, hayan muerto más de un millón de personas de Covid-19, la cifra más alta de todo el mundo. “La mayoría de naciones compensan sus salarios inadecuados ofreciendo servicios públicos relativamente generosos, como el seguro médico, guarderías públicas, vivienda de protección oficial y transporte público efectivo. Pero Estados Unidos, con toda su riqueza, deja que sus ciudadanos se las apañen por sí mismos” respondió en su momento la recién fallecida escritora norteamericana Barbara Ehreinreich, aguda crítica del engaño del “sueño americano”.
Y también esperamos en vano una eficaz respuesta estadounidense a la mortandad provocada por el consumo de drogas. La doctora Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, escribió: “Actualmente, los opioides se cobran 188 vidas diarias en Estados Unidos. Entre sus otros efectos, estas drogas se adhieren a las células del tronco del encéfalo que controlan la respiración y reducen el ritmo respiratorio a niveles que a veces resultan mortales. Eso es una sobredosis”. O sea que por sobredosis de opioides morirán cada año casi 70 mil norteamericanos, que sumados a los que mueren por consumo de otras drogas rebasan ya los 107 mil fallecidos cada año, en una escalada creciente y mortal de consumo de nuevas drogas que cobrará nuevas vidas, sobre todo de jóvenes: “Una nueva presentación del fentanilo —droga 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más que la morfina— ingresó al mercado estadounidense: pastillas de colores, que parecen caramelos… el fentanilo se vende como ‘pan caliente’ en distintas presentaciones: polvo, que usualmente va mezclado con heroína, coca, metanfetaminas y que es llamado en el mercado negro ‘muerte gris’, ‘diablito’ o ‘china blanca’; líquido, vendido a través de aerosol nasal y gotas para los ojos o en papel; y en golosinas pequeñas o pastillas” (EL FINANCIERO, agosto 26, 2022). Detrás de esas dantescas cifras de fallecidos, existe un gran negocio: “Las organizaciones criminales pueden usar un kilogramo de fentanilo para producir aproximadamente 1 millón de píldoras falsificadas, lo que deriva en una ganancia de hasta 20 millones de dólares”, dice la misma nota. Resulta obvio que es imposible que este boom de drogas de todos colores, sabores, precios y presentaciones, generador de millonarias ganancias, crezca sin protección de altos niveles del gobierno, aunque eso les cueste cada año al pueblo estadounidense perder más de 100 mil vidas.
El ambiente de desánimo y descomposición social, que nada tiene que ver con algo parecido a un sueño feliz, tiene un ingrediente trágico adicional: el creciente número de suicidios. En el año 2020 se suicidaron cada día 126 personas en promedio, lo que arrojó un total de 45,940 personas que tomaron esa falsa salida a sus problemas, cifra muy por encima de la media mundial y que superó casi tres veces el número de los que murieron asesinados.
La mortandad desbocada en un sistema de salud y bienestar que atiende con calidad solo a quien puede pagar y deja morir a cientos de miles que no pueden pagar las exorbitantes tarifas hospitalarias; las crecientes adicciones a las drogas y las muertes por sobredosis; el escandaloso número de suicidios, la creciente y aterradora violencia en las calles (en un país que tiene más armas que habitantes) y la disminución de la esperanza de vida tienen como común denominador la desigualdad social creciente en Estados Unidos.
“Los datos sobre desigualdad social son muy llamativos. La inequidad de ingresos es la más alta desde el periodo anterior a la Gran Depresión de 1929. El salario medio de los CEO de las empresas líderes es unas 300 veces mayor que el trabajador promedio. El 90% de la población cobra lo mismo que hace cuatro décadas. El Coeficiente de Gini de distribución de la riqueza, un indicador de desigualdad de ingresos, sitúa a EE. UU. como el país con mayor inequidad del mundo desarrollado… Más de 20 millones de personas viven en la extrema pobreza. EE. UU. tiene el índice más elevado de pobreza infantil del mundo desarrollado”, escribió Ana Alonso, en elindependiente.com, en una nota referente al libro El imperio de la utopía, de Silvio Waisbord.
El “sueño americano” ha sido siempre un gran engaño, un instrumento de la maquinaria propagandística de Estados Unidos buscando eternizar su hegemonía mundial, pero ya no queda casi nada con qué convencer al mundo de sus bondades. El pueblo norteamericano tendrá que tomar su destino en sus manos y modificar esa realidad que lo está hiriendo en lo más vivo: sus jóvenes; dejar la quimera del “sueño americano” y construir una sociedad más justa y verdaderamente democrática donde sanar sus dolorosas heridas; un país que dejé su enloquecedor afán de triunfo individual y se vuelva respetuoso de los demás. No hay de otra. Como dijo el cómico George Carlin, «el sueño americano solo se puede creer si estás dormido».