José Luis Aguirre Huerta * La anciana con lágrimas en los ojos, despliega sus oraciones en la iglesia de la caridad del cobre, perímetro de la Habana vieja, para rogar al creador, el regreso de su hijo, embarcado en la causa internacional de liberación angoleña. Fidel, confinado en una mansión paradisiaca de Cayo Coco, se mece acariciando la barba, saboreando su habano dominicano, de cien dólares, producido para su exclusivo consumo, en Santo Domingo, al tiempo que pontifica sobre los logros de la revolución, con el enorme delantero bonarense Diego Armando, un joven de buenas convicciones ideológicas.