Alejandra Teopa Dicen que los velorios son despedidas muy tristes. El dolor y la añoranza se sienten por todas partes. La solemnidad del acto no deja lugar sino para hacer una reflexión, que en el caso de Rosa parece la secuencia de una película sin final. Sentada en la única silla de la choza se niega a recibir las condolencias de los amigos y vecinos. Ha pedido que no la molesten y solicita a su comadre Nabora hacerse cargo de los rezos y atender a quienes llegan a dar el pésame. No se siente en condiciones de escuchar esas palabras ni las historias sobre la bondad de su marido. Tampoco quiere la típica pregunta: “¿cómo pasó?”…