* Con motivo del fallecimiento del Comandante de América, Fidel Castro Ruz, reproducimos el presente artículo, escrito por el Ing. Aquiles Córdova Morán, Secretario General del Movimiento Antorchista, y publicado en el diario nacional Rumbo de México, la revista de análisis político Buzos de la noticia, y de varios medios del país, en el mes de febrero de 2008.
Finalmente venció el tiempo. El que fuera por casi cincuenta años el líder indiscutible del pueblo y de la Revolución Cubana; el Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, el Comandante en Jefe del gran ejército revolucionario de Cuba, renunció voluntariamente a esos cargos cuyo peso y responsabilidad requieren hombros de cíclope para poder llevarlos con acierto y por tanto tiempo. Renunció Fidel Castro. Lo hizo, como todo en su vida, movido por un profundo sentido de responsabilidad, modestia y lealtad hacia su pueblo; consciente de que sus fuerzas, menguadas por una grave enfermedad consecuencia de tantos años de desgaste y de lucha titánica, ya no le permiten llevar en sus manos las riendas de la gesta libertaria que le tocó continuar después de Céspedes, de Gómez, de los Maceo, de Martí y de tantos otros, hasta la verdadera independencia de su patria. Su ausencia levantó de inmediato, como no podía ser menos, una gran polvareda política a escala planetaria. Se han reavivado las lenguas y las plumas que, desde siempre o desde que descubrieron que la Revolución Cubana era autentica y no una de aquellas que “cambian algo para que todo siga igual”, según la clásica frase de Lampedusa, no han cesado de acusarlo de todo lo imaginable, de llamarlo tirano, dictador, asesino, verdugo de su pueblo y enemigo público número uno del género humano. También han tomado nuevos bríos las frustradas Casandras que llevan años prediciendo la caída del régimen al primer problema que advierten en la isla y, con mayor razón aún, según ellos, ante la ausencia (definitiva o no) de Fidel.
Pero no hay mal que por bien no venga. El retiro del líder histórico de Cuba es una oportunidad inmejorable para demostrar lo equivocados que han estado siempre, todos aquellos que, por convicción o por conveniencia, han negado el apoyo popular a la Revolución y al régimen derivado de ella, afirmando que ambos se sostienen gracias a la falta total de libertades, al terror y a las bayonetas. Si en la presente coyuntura, que ciertamente es una prueba de fuego para el liderazgo y el pueblo cubanos, la Revolución se sostiene y sigue su marcha ascendente, ello será una prueba irrefutable de que no es Fidel, ni Raúl ni nadie en lo personal, quien la sostiene, la defiende y la impulsa, sino la inmensa mayoría de la nación. Yo estoy convencido de que así será, porque sé que el cubano medio no es el esclavo agachón que espera la libertad de mano ajena, como lo pintan sus detractores, sino un pueblo valiente y digno pero, sobre todo, culto y consciente, que sabe perfectamente qué es su Revolución, en qué consiste, qué busca y qué quiere para todos los pobres de Cuba y del mundo y, además, que sabe medir y apreciar lo que tiene justamente en los momentos en que por todo el planeta, por todo el “mundo libre” sin excepción, se extienden, como mancha de aceite sobre el agua, el hambre, la miseria, la ignorancia y las enfermedades, haciendo presa de los desamparados. El cubano sabe (con excepciones reconocidas, que las hay) que a cambio de la educación gratuita para todos y a todos los niveles; de los servicios de salud de primerísima calidad; de la alimentación nutritiva y suficiente para todos los niños; del trabajo digno y productivo para quien no quiera ser un parásito social; sus “salvadores”, sus “libertadores” al estilo americano, sólo les pueden ofrecer “libertad”, “democracia”, “derechos humanos” e “igualdad de oportunidades para todos”, es decir, hueca palabrería en vez de verdadero y tangible bienestar. Todo cubano juicioso y noble, entiende muy bien que esas “libertades” y “derechos” no le han servido de nada a las grandes masas trabajadoras del mundo; saben que a pesar de ellas, suponiendo que fueran verdad, el empobrecimiento de la gente es cada día mayor, que la injusticia, la miseria, el hambre y las enfermedades se ríen de tales derechos, pasan sobre ellos y avanzan como un tsunami mortal e imparable sobre los más desprotegidos. Por eso, no echarán abajo su Revolución, no cambiarán el oro de sus realizaciones por las cuentas de vidrio de las intangibles “libertades” que les prometen los heraldos del capital, aunque falte Fidel temporal o definitivamente.
La Revolución firme y victoriosa sin Fidel, mostrará otra cosa: la falsedad de todas las acusaciones, invectivas y calumnias que se han lanzado en su contra. Quedará fuera de duda que todo el lodo que le han arrojado sus detractores, no es más que el desahogo natural de quien no conoce armas más limpias para defender su causa, ni dispone de mejores argumentos para demostrar que le asiste la razón, que el lenguaje excrementicio y los ataques “ad hominem”. Fidel Castro es hoy la inteligencia política más grande que existe sobre la tierra. Su capacidad de previsión prodigiosa, su memoria gigantesca que casi abarca toda la historia de la humanidad, su agudeza mental que sabe desenredar los más intrincados nudos de la política nacional e internacional de Cuba y orientarse con seguridad en los problemas más difíciles y abstrusos de la teoría y de la práctica contemporáneas, hacen de él uno de esos genios que el pueblo suele forjar cada cien o doscientos años, para que lo guíen en sus horas más difíciles. Pero lo que más lo hace descollar por encima de las mejores cabezas de su siglo, es que todas estas potencias gigantescas de su voluntad y de su mente, están puestas al servicio de los más humildes de la tierra. Puede que haya inteligencias iguales a la suya, penetración de futuro que compita con la de él; habilidad política por lo menos igual de certera y efectiva, pero, ¿dónde están esos cerebros? Creando inventos para incrementar las ganancias del capital; resolviendo problemas complejos para garantizarle la supremacía económica, política y militar a su respectiva burguesía; creando armas poderosísimas para matar más gente de un solo disparo. Fidel, en cambio, lo entregó todo para que los niños coman bien y se eduquen, para que los trabajadores tengan trabajo, vivienda, servicios y acceso a la medicina de mayor calidad, para que la cultura sea patrimonio de todos y no sólo de quienes puedan pagarla. ¿Cuántos en su lugar han hecho lo mismo? Por eso afirmo, sin temor a equivocarme, que es, hoy por hoy, el más grande ejemplar vivo de la especie humana, el modelo de lo que debe ser el hombre, todos los hombres, en un futuro que ojalá no esté ya tan lejano. Aquiles Córdova Morán