Gran cierre de la 35 Temporada Lírica del Teatro Cervantes

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María Esther Beltrán Martínez    Fotos Daniel Pérez/Teatro Cervantes

Málaga, España.-  Exitoso el cierre de la 35 Temporada Lírica del Teatro Cervantes con la versión de Manon Lescaut. La soprano malagueña Berna Perles, el tenor Carlo Ventre, el barítono Rodrigo Esteves y el bajo Giacomo Prestia protagonizaron la versión de Manon Lescaut.

El público dio una gran ovación al finalizar la ópera que duró casi tres horas y contó con una muy buena producción comandada en el foso por el maestro barcelonés Daniel Montané, cuya batuta ha dirigido más de 60 óperas y que actualmente es el director principal del Staatstheater Mainz (Alemania)

Y en la escena por el florentino Pier Francesco Maestrini con la que se conmemora en la Costa del Sol el Año Puccini. Regresa al Teatro Cervantes después de dirigir aquí otro Puccini, la versión de Tosca programada en la 33 Temporada, y lo hace esta vez para dar vida a una ópera por la que siente especial predilección. El director toscano reconoce haber montado al menos quince veces Manon Lescaut, y compara su aproximación a la codiciosa y subyugante heroína retratada por el abate Prévost en la novela en la que se basa el libreto con la historia de Barry Lyndon, de Stanley Kubrick.

Además se contó con el Coro de ópera de Málaga bajo la dirección de Mar Muñoz Varo.

Una ópera muy bien montada y con un buen elenco. El drama lírico en cuatro actos con música de Giacomo Puccini y libreto en italiano escrito sucesivamente por Ruggero Leoncavallo, Domenico Oliva, Marco Praga, Giuseppe Giacosa, Luigi Illica, Giacomo Puccini y Giulio Ricordi, basado en la obra Histoire du chevalier Des Grieux et de Manon Lescaut (1731) del abate Antoine-François Prévost. Fue estrenado el 1 de febrero de 1893 en el Teatro Regio de Turín.

En el programa de mano explican que: El primer gran triunfo del autor italiano es una ópera con evidentes referencias wagnerianas, en la que la orquesta dialoga de manera directa con los personajes, ayudando a subrayar sus emociones y psicología. La partitura está dotada de una fluidez melódica realmente brillante e inacabable, que expone la degradación moral de los personajes, a pesar de que Puccini prefiere no olvidar que el amor siempre prevalece. El uso de leitmotiv resulta recurrente desde el inicio al final de la obra, ayudando a construir toda la trama intrincada.

Agrega: “Cuando Puccini abordó su ópera, Massenet ya había triunfado con Manon. Pese a las reticencias de Ricordi, su editor, el de Lucca continuó con la idea de poner música a la novela del abate Prévost, argumentando que la historia de Manon Lescaut tenía que poder ser mostrada por más de un autor: “Una mujer como Manon puede tener más de un amante. Massenet la siente como francés, con polvos y minuets; yo la siento como italiano, con pasión desesperada”, afirmó. Tras Le villi (1884) y Edgar (1889), Manon Lescaut encumbraba al maestro toscano como uno de los referentes de la escuela verista y como el continuador del gran Giuseppe Verdi, que en esos días estrenaba Falstaff. Otra coincidencia es que ambos alcanzaron fama mundial en su tercera ópera, Nabucco (1842) y Manon Lescaut (1893) tras dos tibios estrenos con sus títulos previos”.

Pier Francesco Maestrini, director de escena indica: “Me siento muy unido a Manon Lescaut, última ópera en la que pude hacer de asistente de mi padre en Palermo, en 1993, con la gran Raina Kabaivanska en el rol principal. Desde entonces es el título que más veces he puesto en escena, creo que al menos en quince ocasiones hasta hoy, con casi todas las mejores intérpretes de este papel en nuestros tiempos: de Daniela Dessì, Fiorenza Cedolins, Miriam Gauci y Amarilli Nizza a, más recientemente, Jennifer Rowley, solo por citar a algunas”.

Es uno de esos títulos en los cuales siempre he respetado el contexto, probablemente porque me siento fuertemente unido a la novela de Prévost, – explica-  he leído y releído en muchas ocasiones, y que me recuerda muy de cerca, tanto por la ambientación como por la temática, a la que es quizá mi película preferida, Barry Lyndon, de Stanley Kubrick. Como Barry, Manon cimenta su ascenso social en su irresistible encanto, sin ocultar su codicia y su oportunismo, para después pagar inevitablemente las consecuencias en una especie de catártica redención. Me complace hacer referencia en varias ocasiones a la película en mi dirección escénica, como pequeño tributo a dos sublimes obras de arte que me fascinan desde siempre, al igual que Manon Lescaut no ha dejado de cautivar al público de todas las épocas. En Prévost, esta joven privada de una adecuada educación dejaba traslucir una innata elegancia y una belleza tales que hacían girarse a las personas para admirarla, incluso cuando era conducida encadenada para ser deportada, el humillante destino reservado a ladronas y prostitutas. Del mismo modo, el ímpetu del joven Puccini rezuma una pasión que hoy como entonces no deja nunca indiferente a cualquiera que ame la ópera”.

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