Alejandra Teopa.
El sol estaba a punto de ocultarse cuando el auto de Galia entró en el estacionamiento de la librería. La tarde comenzaba a refrescar como era común en el otoño y el aire entró por la ventanilla ligeramente entreabierta. Se detuvo cerca de la puerta, apagó el estéreo y sacó su inseparable bolsa roja. A pesar de que sus amigos la consideraban una mujer inteligente, tenía manías que nadie comprendía, como usar la misma vieja y gastada pulsera o comprar siempre el mismo modelo y color de bolsa. A veces también se vestía como si el tiempo no hubiera pasado pero lo que más llamaba la atención es que por ningún motivo hacía planes a largo plazo porque – decía – nunca se sabe lo que puede pasar.
Bajó del coche y se dirigió al estante de las novedades, hojeó varios libros y cuando dejaba uno de ellos en su lugar levantó la vista hacia la entrada y percibió a alguien que venía justo en dirección de ella. Fueron apenas unos segundos que cruzaron las miradas pero fue suficiente para descubrir a Pavel y no supo cómo reaccionar. Un intenso escalofrío recorrió su espalda y las piernas perdieron fuerza pero no se movió. Su primer impulso fue fingir que no lo había reconocido; se puso nerviosa y volteó otra vez a ver los libros pero pendiente de los movimientos de él. El hombre también había fingido no verla y siguió su camino hacia el cubículo de paquetería. ¡Ella no podía creerlo!, había pasado mucho tiempo esperando ese momento y fantaseado con lo que ocurriría llegado el momento y ahora que sucedía sólo se había quedado inmóvil viendo cómo pasaba junto a ella sin hablarle.
El shock le impidió reaccionar y permaneció así durante unos minutos, sólo volvió a tomar conciencia de la realidad cuando vio a una jovencita de escasos quince años que se acercaba a Pavel y juntos se dirigían al fondo de la librería mientras él la abrazaba por el hombro. Galia no sabía qué hacer, quería acercarse y preguntarle ¿Qué había sido de su vida?, ¿Quién era aquella chica? y ¿Cuánto tiempo más debía esperar para poder estar juntos? Pero en ese momento su cuerpo no le respondía con la misma velocidad que sus pensamientos y únicamente alcanzó a seguirlos con la mirada.
Hacía veinte años que decidieron separarse amándose profundamente pero lo habían hecho porque Haidé, la novia de Pavel, había intentado suicidarse cuando descubrió que su novio amaba a otra mujer. Nunca hubo dolo o mala intención. A veces uno se enamora casi sin darse cuenta de una tercera persona o, como le ocurrió a Galia, de una persona que no es libre mas, el amor hace felices a las personas y ellos no pudieron ocultarlo provocando aquel doloroso incidente tras el cual él prometió buscarla cuando la novia se repusiera y estuviera en condiciones de entender, entonces la dejaría y volvería con el amor de su vida sin importar cuánto tiempo hubiera que esperar.
Justo cuando estaba sumida en sus recuerdos, escuchó una voz conocida que le hablaba con volumen apenas audible. Dio media vuelta y lo encontró de frente; una mirada bastó para entender cómo renacía todo el amor entre ellos. No había cambiado mucho, tal vez un poco menos flaco pero su mirada y su sonrisa seguían siendo las mismas. Un saludo sencillo reprimió la efusión que sentía por abrazarlo. Ella le preguntó qué había hecho de su vida todo ese tiempo evitando mencionar la promesa de adolescentes. Él le contó brevemente que Haidé nunca se recuperó por completo de su depresión y luego de algún tiempo de matrimonio, finalmente se suicidó convencida de que su esposo no la quería dejando además una niña de tres años. Ésta era la jovencita que lo acompañaba y ahora revisaba libros en un anaquel distante a ellos.
Cuando llegó su turno de contar lo que había ocurrido con ella, Galia no pudo evitar dejar escapar algunas lágrimas al confesar que nunca había querido comprometerse con nadie más, esperando que Pavel volviera y pudieran continuar su historia de amor inconclusa. Al escuchar esto, él le explicó avergonzado que con la muerte de Haidé se sintió tan culpable que prometió a su hija, aún niña, no volver a casarse y dedicarse a ella por completo.
El silencio se hizo entre ambos, segundos que se pierden en el otro, las miradas tenían tanto que decir pero las palabras lo habían expresado todo, ya no había nada que esperar. Ambos debían continuar cada uno con su vida. Galia comprendió que una promesa se puede romper fácilmente si no hay nadie para vigilar que se cumpla pero la hija de Pavel estaba allí para ver que su padre sí cumpliera su palabra. La chica se acercó, besó a su padre en la mejilla y se lo llevó a enseñarle los libros que había escogido.
Apenas alcanzaron a despedirse, Galia pagó sus compras y se fue. Caminó despacio, como en una película de cámara lenta porque quería dejar el pasado atrás. Al llegar a su auto dejó sus cosas y volvió a encender la radio; esperó a que terminara de sonar la canción, su canción favorita. Estaba llena de melancolía y de realidad. Pensó que la espera había terminado y se dispuso a arrancar el automóvil pero se detuvo un instante para buscar el boleto del estacionamiento dentro de su bolsa roja, entonces dejó escapar una amplia sonrisa similar a la de quien recupera la esperanza al encontrar en ella la tarjeta de presentación de Pavel con su número telefónico.