Siempre he sostenido que a nuestros políticos les gusta hacer un tipo de política que choca contra cualquier definición por muy simplista que sea. “La Política es la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados”, reza una de ellas. “Ciencia que trata del gobierno o la dirección de los Estados, las ciudades y las colectividades en general”, señala otra.
El asunto es que la política debiera significarse como la forma más eficaz para la solución de los problemas que afectan a los ciudadanos, y no como un problema más que es lo que ha venido ocurriendo en los últimos años. México lleva un buen tiempo en el debate inútil del diseño de un país que nunca hemos alcanzado a causa de los desacuerdos y de las reyertas políticas. Y no es que la política no sirva, sino que la que se practica aquí es una política de intereses personales y de grupo.
Para decirlo más claro, esos intereses están por encima de los intereses de esos millones de menesterosos que seguimos acumulando a causa de no ponernos de acuerdo en lo que tenemos que hacer para solucionar el problema más grave de nuestros tiempos: la pobreza. Las pretendidas reformas estructurales entraron al debate público cuando Vicente Fox Quesada ganó la elección y obtuvo la mayoría en el Congreso. El problema es que la incapacidad del gobernante fue tal que nunca envió iniciativa alguna cuando los mismos priístas estaban dispuestos a participar en su discusión y conformación para cambiarle el rostro al país. Después vendría Felipe Calderón, quien prefirió inventar una guerra para resolver un problema familiar que le salió muy caro al país en víctimas y recursos.
Durante su campaña en Presidente Enrique Peña Nieto estableció la necesidad de contar con reformas que permitieran la modernización de los procesos de generación de riqueza para el país, y en cuanto tomó protesta del encargo se dedicó a negociar con las principales fuerzas políticas buscando coincidencias y alcanzar acuerdos en los temas de mayor urgencia. El Pacto Por México fue el vehículo, y el diseño de las reformas constitucionales marcó prioridades donde se alcanzaron consensos. Los resultados auguraban una exitosa segunda etapa, y entre las más importantes se enlistaron las de telecomunicaciones, la hacendaria y la energética. Con lo que no contábamos es que los tiempos de los mexicanos no son los tiempos de nuestros políticos.
Las leyes secundarias se han convertido en un verdadero galimatías por los desencuentros de nuestros líderes partidistas y los intereses de los grupos políticos. Un ejemplo de ello ha sido el posicionamiento de Cuauhtémoc Cárdenas, quien simplemente se asume como el depositario de la conciencia nacional y se lanza en contra de la propuesta que su propio padre insertara en la Constitución después de la expropiación petrolera. Ahora lanza al partido que formó a las calles exigiendo una consulta pública que no es obligatoria aunque ello le signifique alianzas con la parte más sórdida y corrupta del PRD. Al tiempo. [email protected]