La COP26 y el cambio climático

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Ollin Vázquez 

 

Durante la primera quincena de noviembre del año en curso se llevó a cabo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la vigésima sexta Conferencia sobre el Cambio Climático. El evento reunió a más de 130 jefes de Estado, presidentes y diplomáticos, que discutieron, principalmente, cuestiones relacionadas con el calentamiento global. El objetivo fue establecer medidas para reducir la próxima década en un 55% las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero, con el fin de limitar el aumento de la temperatura en 1.5 grados para finales del siglo. 

Uno de los acuerdos más importantes fue el compromiso asumido por los diez países con más alta producción de carbón de reducir a cero las emisiones netas de gases contaminantes. Alrededor de 110 países prometieron frenar y revertir la deforestación y erosión de los suelos para 2030. Para alcanzar esta meta, cuarenta países comprometieron alrededor de 12 mil millones de dólares de sus finanzas públicas y 7,200 millones de sus finanzas privadas. Los países que forman parte de la Coalición de Alta Ambición (HAC) tomaron el acuerdo de poner fin a la nueva inversión destinada a la producción de energía con carbón a nivel nacional e internacionalmente, así como la disminución de los subsidios a combustibles fósiles. Además, se comprometieron a dar 100 mil millones de dólares al año para financiar las actividades del cambio climático de los países subdesarrollados. Cerca de 40 países se comprometieron con un plan internacional de tecnologías limpias, donde se promovería que éstas fueran asequibles en todo el mundo, principalmente en las ramas de producción donde se genera más contaminación. Por último, entre otras cuestiones, algunas entidades financieras se unieron con la Net Zero Banking Alliance (NZBA) con el objetivo de comprometerse a alinear sus préstamos y carteras de inversión con los objetivos del cambio climático. 

A pesar de todas estas promesas de los jefes de estado, es sabido que en las conferencias previas ya se habían dado compromisos similares que no se materializaron en hechos. Por ejemplo, en 2009 los países más ricos ya se habían comprometido a proporcionar a los países subdesarrollados alrededor de 100 mil millones de dólares abarcando hasta 2020, para enfrentar los efectos del cambio climático, cosa que no se realizó. Adicionalmente, la mayoría de los países incumplieron los acuerdos de 2015 y las emisiones de gases de efecto invernadero siguieron incrementándose durante 6 años más. De acuerdo con datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el cambio climático y sus efectos se intensificaron de 2015 a 2019, al grado de que se presume que fue el quinquenio más cálido jamás registrado; por otro lado, la concentración de gases de efecto invernadero ha aumentado a niveles sin precedentes, confirmando una tendencia al aumento en el futuro. 

Partiendo de que los compromisos de los jefes de estado de los distintos países son totalmente genuinos, quedaría por preguntarnos por qué a pesar de las 26 conferencias mundiales realizadas no se ha podido frenar el cambio climático. Una de las respuestas más sólidas tiene que ver con la explicación que se deriva del análisis del funcionamiento del modo de producción capitalista. Este modo de producción tiene como principal característica la búsqueda de la máxima ganancia por parte de los dueños de los medios de producción y del dinero; esto se logra únicamente a través de la valorización continua del capital. El monto de dinero que tiene la función de ser capital debe estar en constante incremento, de lo contrario, deja de ser capital; un monto de dinero estancado, sin invertir, no se está valorizando continuamente y pierde su carácter de capital. La forma por excelencia que tiene el capital de incrementarse es a través de la producción de mercancías, necesarias o no, que van al mercado a intercambiarse por dinero. Para que el sistema se mantenga, pues, deben estarse produciendo continuamente mercancías, cuyos procesos productivos necesitan de grandes cantidades de recursos naturales, entre ellos los combustibles que generan los gases de efecto invernadero, para poder producir. 

Adicionalmente, como el fin último del capitalismo es la creación de mercancías para poder valorizar el capital, se crean mercancías al por mayor sin que muchas de ellas sean necesarias para la vida del hombre, o en su mayoría están predestinadas para tener una vida útil muy corta para ser reemplazadas por mercancías nuevas y mantener constantemente el nivel de consumo necesario para que las mercancías puedan transformarse en dinero y se mantenga la valoración continua del capital.  Este consumo continuo de mercancías genera continuamente desechos que contaminan el medio ambiente.

Las energías renovables y la utilización de tecnologías limpias no serán impulsadas por los empresarios en tanto no les retribuya una ganancia. Se ha puesto el énfasis no en la prevención de la contaminación, sino en la limpia de lo ya contaminado, y esto a costa del Estado, o sea, pagado con recursos del erario que en la mayoría de los países depende de los contribuyentes más empobrecidos. Para frenar el cambio climático no basta con que los jefes de gobierno se comprometan a limitar las emisiones de carbón, mientras los capitalistas continúen contaminando el planeta en la búsqueda de la máxima ganancia para sus inversiones. Hasta que no se cuestione el modo de producción capitalista y su naturaleza contaminadora y depredadora de los recursos naturales, seguirán planteándose medidas para frenar el cambio climático que no se cumplirán porque van en contra de la lógica del modo de producción vigente. 

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