Homero Aguirre Enríquez
“La mentira se está constituyendo, cada vez más, a una escala mayor y con una frecuencia inaudita, en un arma privilegiada de Gobierno, en una manera de engañar, de manipular a los pueblos para mantenerlos sometidos y sin protestar”, dijo recientemente el Ing. Aquiles Córdova Morán, dirigente nacional del Movimiento Antorchista, en una frase lapidaria y exacta que resume la actitud de quienes se apoderaron del mundo después de la Segunda Guerra Mundial, y que hoy se exhiben cínicamente ante la encrucijada de dar cuentas sobre la responsabilidad que tienen en la contención y propagación de la enfermedad.
Nadie piense que esta es una vieja historia superada en la Guerra Fría. Así como llevan décadas destinando cuantiosos recursos a deformar la verdad, mediante libros, “testimonios”, películas, seminarios, “documentales”, series y otros mecanismos, para colocar a los Estados Unidos y sus aliados como los libertadores de la humanidad y vencedores del nazismo, aunque sea a costa de mentir abiertamente sobre su verdadero papel, distorsionar vulgarmente los hechos y volver cero el sacrificio de 27 millones de personas que costó a la Unión Soviética detener a las hordas de Hitler que invadieron su territorio y posteriormente derrotarlas en el mismo Berlín, esos mismos poderosos ahora han iniciado una campaña para colocar a China como responsable del surgimiento y propagación incontenible del coronavirus, como el villano de la trama que están construyendo los Gobiernos de Estados Unidos y otros países para justificar, por ejemplo, la mortandad que la inacción del Gobierno norteamericano está provocando entre la población de ese país, particularmente entre negros y latinos que siguen laborando en las actividades “esenciales”, que ya arroja una suma de 1.6 millones de infectados y casi cien mil muertos, un verdadero escándalo si tomamos en cuenta que hablamos del país que se ostenta como el más poderoso de la Tierra.
La mentira más grande y escandalosa que se lanza hoy contra el Gobierno de China, es que no avisó oportunamente a su población y al mundo sobre el brote de la enfermedad y del carácter letal que tenía, por lo que hubo países, como Estados Unidos, que estaban totalmente desprevenidos ante la enfermedad y eso explica el número tan alto de víctimas. Según esta historia, construida ad hoc y citada ampliamente por la prensa de Occidente, las autoridades chinas se mantuvieron inmóviles e indiferentes ante el peligro del nuevo
coronavirus. Pero eso es absolutamente falso, como veremos brevemente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una cronología que arranca el 31 de diciembre de 2019, cuando “La Comisión Municipal de Salud de Wuhan (provincia de Hubei, China) notifica un conglomerado de casos de neumonía en la ciudad. Posteriormente se determina que están causados por un nuevo coronavirus”, es decir, China avisó de inmediato a la OMS el surgimiento del nuevo coronavirus, lo que ocasionó que al día siguiente, 1 de enero, “La OMS establece el correspondiente Equipo de Apoyo a la Gestión de Incidentes en los tres niveles de la Organización —la Sede, las sedes regionales y los países— y pone así a la Organización en estado de emergencia para abordar el brote. Tres días después, el 4 de enero, “La OMS informa en las redes sociales de la existencia de un conglomerado de casos de neumonía —sin fallecimientos— en Wuhan (provincia de Hubei)”, que es seguido, el 5 de enero, con un “primer parte sobre brotes epidémicos relativo al nuevo virus, una publicación técnica de referencia para la comunidad mundial de investigación y salud pública y los medios de comunicación”. O sea que China nunca ocultó el hallazgo del nuevo coronavirus ni se negó a compartirlo con otros países, como dicen las acusaciones de Donald Trump, quien tres meses después de que todo el mundo estaba advertido del peligro y China tomaba enérgicas medidas para aislar a la población afectada, el 3 de marzo tuiteaba despreocupadamente que en Estados Unidos “sólo hay 546 casos confirmados de coronavirus, con 22 muertes…” o que el virus se “desactivaría con el calor”, sin imaginar que en pocas semanas ese país sería el foco de infección más grande del mundo y que tendría que buscar a quién echarle la culpa del desastre.
Algo parecido ocurre en nuestro México, donde el presidente también menospreció la alerta lanzada por los chinos, con la diferencia de que él no puede culparlos del escalamiento de la enfermedad, porque una buena parte de las posibilidades de obtener respiradores, caretas y otros equipos dependen de los surtimientos de China, y no podría darle coces al aguijón. El tipo de mentiras del Gobierno mexicano no desembocan en sumarse a las calumnias contra China, pero son igualmente graves. Aquí se maquillan los datos, cada semana se anuncian vueltas a la “nueva normalidad” y se dice que está aplanándose la curva de contagios; se niegan los datos económicos que anuncian desempleo y disminución de la producción nacional y se dice que vamos “muy bien”; diario se inventan contrincantes y se avientan “borregos” noticiosos para acalambrar a los críticos. Es otro tipo de mentiras pero con el mismo objetivo: sedar al pueblo, amansarlo, manipularlo para que no proteste y reclame un Gobierno que esté realmente a su favor; también aquí, la mentira es un arma del Gobierno contra el pueblo. No obstante, la verdad se abrirá paso; creo que uno de los resultados de la pandemia será que muchas de esas mentiras no resistirán la prueba de los hechos, y que es hora de redoblar esfuerzos para explicarle al pueblo que ya no debe creer en santos que almuerzan.
(Fotografía principal Marca)