Vladimir Galeana
Sin lugar a dudas Andrés Manuel López Obrador es un personaje singular, quizás único, de esos que no se repiten mucho. Tiene muchas cosas positivas, sobre todo la forma en que se comunica con los segmentos poblacionales más ofendidos, que son la mayor parte de la población de este país, y por el acumulamiento de la riqueza de los menos, y a quienes responsabiliza de la pobreza y todos los males de los pobres.
Claro está que cuanto más haga por marcar discursivamente esa diferenciación, mayores resultados electorales obtendrá, porque no existe ley alguna que prohíba exacerbar el sentimiento de rechazo a los pudientes, quienes por mucho que se hayan afanado por trabajar para alcanzar esa bonanza que detentan, seguirán siendo, al menos durante el tiempo de las campañas, blancos de los dicterios y señalamientos del tabasqueño, quien hasta ahora ha mostrado y demostrado que sabe cómo utilizar a unos y a otros.
Claro está que la ilusión de la existencia de mayores apoyos a través de los programas sociales es una parte importante de esa esperanza que el tabasqueño siembra en amplios sectores de todo el país, pero como siempre han señalado los especialistas, no habrá dinero que alcance para subsidiar la pobreza del país, por lo que muchos aconsejan, incluso aquellos especialistas en economía que se han colocado de su lado, que más vale estructurar un proyecto de desarrollo basado en las competencias y habilidades de los hombres y mujeres de esos sectores olvidados.
El problema que tienen enfrente los candidatos del tricolor y el blanquiazul, es que no han entendido que para comunicarse con esos segmentos olvidados no se requiere un lenguaje apropiado que dé a conocer cifras económicas porque no despiertan esa esperanza de abatimiento de las carencias del día a día, sino un lenguaje que les hable de la terminación de sus carencias con base en el esfuerzo y el trabajo habitual y cotidiano, porque no existen las fórmulas mágicas que palien la pobreza al momento.
Sabedor de que sus desplantes son bien recibidos por sus correligionarios y simpatizantes, al momento de llegar al encuentro que los tres precandidatos tendrían con la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales, el de Macuspana señaló que no quería toparse con sus adversarios porque “son uña larga” y no quiere “perder la cartera”, y aunque es una brutal falta de respeto a quienes ha solicitado una competencia leal, poco le importa cuando de saciar sus constantes momentos de vanidad se trata.
Pero tanto José Antonio Meade como Ricardo Anaya tienen que entender la naturaleza del tabasqueño, y no es contestando sus dicterios y señalando la forma en que ha hurtado el dinero con el que hace campaña, sino minimizando sus virtudes y exaltando sus defectos, que es lo que en campañas anteriores resultó un veneno para sus aspiraciones presidenciales. López Obrador cuenta con especialistas que le construyen frases y citas discursivas burlándose de sus adversarios, mientras los otros solamente tienen ocurrencias discursivas de momento. Esa es la diferencia. Ojalá entiendan que las campañas son procesos intensos de comunicación. Al tiempo.