Aquiles Córdova Morán
No creo que la imagen prejuiciada que nuestros detractores se han formado del Movimiento Antorchista Nacional (“la antorcha mundial”, nos ha llamado despectivamente el presidente electo) vaya a cambiar con un pronunciamiento más de nuestra parte. De todos modos lo haré, porque esta es la verdad y porque es un derecho y un deber de todo mexicano preocupado por el presente y el futuro de su país.
Los Antorchistas no somos, desde ningún punto de vista, una fuerza política conservadora y mucho menos una pandilla de rufianes chantajistas y explotadores de la pobreza ajena, como afirman a cada rato “destacados” columnistas y reporteros que escriben al dictado de alguien, o impulsados por un instintivo odio de clase hacia los más pobres de México, que son los que nutren las filas de nuestro movimiento. Desde que nacimos a la vida pública, hace 44 años, definimos con toda precisión nuestro objetivo: educar y organizar a las masas populares para ponerlas en condiciones de defender sus verdaderos y legítimos intereses, e incluso de gobernar al país en caso de ser necesario y posible. Para lograr esta elevación política y organizativa de las masas, elegimos como herramienta legítima enseñarlas a luchar en contra de la pobreza extrema que padecen, es decir, enseñarlas a luchar luchando por lo suyo, por lo que por derecho les corresponde, para beneficio de ellos mismos y de sus familias. Y de nadie más, ni siquiera de sus líderes.
Casi medio siglo después, los resultados hablan por sí solos. Dos millones de antorchistas mexicanos son hoy mejores porque entienden la situación difícil de su país y la suya propia, porque conocen las causas y están dispuestos a erradicarlas por vía pacífica, democrática, pero con la fuerza de su número, de su unidad y de su convicción profunda. Esta unidad y conciencia las han adquirido luchando sin descanso por una vida mejor; demandando a quienes por ley tienen obligación de hacerlo, solución a carencias tales como vivienda, educación, salud, comunicaciones, urbanización de sus pueblos y colonias, servicios básicos como agua, drenaje, electricidad, energía para sus hogares, etc. Y también aquí hablan los resultados. Bastaría comparar seria y desprejuiciadamente el Chimalhuacán de la época de Guadalupe Buendía, alias La Loba, con el de hoy, para convencerse de que lo que Antorcha y los antorchistas han hecho y siguen haciendo es progreso real, tangible para la gente, y no simple demagogia verbal, como es el caso de nuestros detractores.
Pero para quienes se empeñan en esconder la verdad, es muy fácil darle a la gente una imagen radicalmente falsa y totalmente opuesta a lo que realmente ocurre en la realidad, simplemente manipulando el lenguaje en el discurso, el papel y la imagen. Resulta un juego de niños trastrocar la verdadera naturaleza de los hechos mediante el simple recurso de cambiarles el nombre. Por ejemplo, llamándole “chantaje” al ejercicio del derecho constitucional de protesta y de manifestación pública en contra de funcionarios insensibles y corruptos que se niegan a atender las demandas populares; calificando de “sucio negocio” y “enriquecimiento ilícito” de los líderes al dinero que los gobiernos dan para la realización de las obras que la gente exige (dinero que, además, manejan y supervisan ellos mismos y no los “líderes”, como aseguran los medios); o, finalmente, calificando de “clientelismo”, “manipulación”, “corporativismo” o “esclavización de la gente”, a la unidad fraterna y autoconsentida de los antorchistas, aprendida en la lucha diaria, y al respeto, apoyo y, por qué no, cariño de la gente hacia sus líderes en reconocimiento al sacrificio, riesgos y sufrimientos que viven junto con ellos para conseguir hacer menos dura su existencia. En resumen, que es muy fácil convertir en negro lo blanco, en delito nefando la solidaridad con los desvalidos, mediante un simple trastrueque malintencionado de los vocablos. Pero los hechos son los hechos: dígase lo que se quiera, somos una organización popular con dos millones de afiliados que trabaja día y noche por la educación y organización del pueblo trabajador, empleando como herramienta legal el combate al hambre y a la pobreza que castiga a ese mismo pueblo.
Reafirmar esto era necesario para respaldar lo que sigue. Es más que evidente que a nosotros no tiene por qué molestarnos ni rebelarnos el resultado de la recién pasada jornada electoral y el triunfo del actual presidente electo, con sus proyectos de cambio. En su momento dijimos, con toda honradez, que nuestra opinión se inclinaba por otro candidato por dos razones entendibles: a) porque el diagnóstico de la situación nacional que cargaba toda la responsabilidad a la corrupción nos parecía simplificador e insuficiente; b) porque, en el supuesto de que el verdadero propósito fuera más completo y profundo, hasta tocar las estructuras económicas del régimen, no veíamos que estuvieran dadas las condiciones objetivas ni la preparación subjetiva para resistir una embestida seria. Debo decir que, hasta hoy, no hay todavía motivos para cambiar de opinión.
Pero el hecho es que MORENA ganó ampliamente, y aunque eso no desbarata por sí mismo nuestras objeciones, nos obliga a acatar el mandato de la mayoría dejando que el gobierno de la cuarta transformación ponga en ejecución sus verdaderos planes y proyectos. Mientras tanto, abstenernos de cualquier crítica anticipada y de ofrecer un obstáculo, por mínimo que sea, al éxito de tales medidas. Y esa sigue siendo nuestra decisión, a pesar de todo. Pero eso también nos obliga a señalar debilidades y peligros que creemos atisbar, precisamente por sentirnos comprometidos con el futuro del país, quienquiera que lo gobierne.
Repito, pues, que nacimos para organizar y politizar al mayor número de mexicanos que nos fuera posible, y estamos seguros de que esto no es, de ningún modo, oponernos al cambio. Sin embargo, el país entero escuchó el discurso acusatorio y discriminador del presidente electo en contra nuestra, discurso que ha sido tomado por muchos como la señal que esperaban para acabar con nuestro movimiento, por las razones que sean. En efecto, se han multiplicado las injurias, las acusaciones no probadas, las amenazas de muerte (la última víctima fue el diputado Dr. Brasil Acosta) e, incluso, los “accidentes” mortales y los asesinatos. ¿Quiere esto decir que la educación y la organización de las masas son vistas como un peligro para la cuarta transformación? ¿Por qué? Para nosotros solo es posible una de dos explicaciones: o bien porque la naturaleza de los cambios es de tal manera superficial que la participación de las masas es no solo inútil, sino incluso un estorbo; o bien porque alguien no se ha dado cuenta que mientras más profundos sean los cambios, mayores serán los obstáculos y más audaces y peligrosos los enemigos a vencer, y el riesgo de naufragar será más inminente.
Y eso sí que nos importa, porque nadie debe olvidar que un intento fallido de cambio social no se resuelve simplemente volviendo al punto de partida; lejos de eso, el efecto de reacción nos lanzará, necesariamente, más allá, nos hará retroceder mucho más lejos, hasta bordear quizá la dictadura fascista de derecha. Y el daño será para todos, culpables o no del fracaso. Remember Brasil. Por eso creemos necesario no desperdiciar las lecciones que nos ofrecen varios países hermanos de América Latina, como Argentina, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, además del ya mencionado Brasil. Me parece de gran actualidad, por eso, lo dicho por un connotado religioso brasileño, Frei Betto, en conferencia internacional en la Habana, Cuba:
“… la región avanzó mucho en los últimos años, se logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones continentales importantes como la alianza Bolivariana, CELAC, UNASUR, pero se cometieron errores”. ¿Qué errores? “… uno de ellos –dice- fue descuidar la organización popular, el trabajo de educación ideológico y «allí entra en juego Martí porque él siempre se preocupó por el trabajo ideológico», agregó”. Y sigue Frei Betto: “…«No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo solo mejores condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una mentalidad consumista» aseveró”. Y más claro todavía: “El problema está –afirmó Betto- en que no se politizó a la nación, no se hizo el trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en los jóvenes (ojo con los imbéciles que nos acusan de fundar escuelas para “adoctrinar a los jóvenes” ACM), ahora la gente se queja porque ya no puede comprar carros o pasar vacaciones en el exterior”. Y más: “En su opinión, hay un proceso regresivo porque no se ha desarrollado una política sostenible, no hay una reforma estructural, agrarias, tributarias… políticas. «Encauzamos una política buena pero cosmética, carente de raíz, sin fundamentos para su sustentabilidad»”.
En resumen, pues, para Frei Betto son dos los errores que explican el retroceso en Latinoamérica: el olvido de la tarea esencial de educar y organizar seriamente al pueblo trabajador, y el error de dejar los cambios a medio camino, como cambios pura o fundamentalmente cosméticos. Queda así de manifiesto que el trabajo de Antorcha es absolutamente correcto, totalmente favorable y útil para los partidarios de un cambio profundo y verdadero; no así para quienes se proponen saciar el hambre de progreso y bienestar de los pueblos dándoles más “atole con el dedo”. “El que tenga oídos para oír, que oiga…”, dice la Vox Dei.