Alejandra Teopa
En días pasados festejamos el día de las madres recordando y honrando al ser que nos dio la vida. Les compramos flores y regalos; las llevamos a comer o al cine y hacemos mil y un cosas por demostrarles lo especiales que son para nosotros. Y es que no es para menos. El primer contacto que tenemos con el mundo social es a través de nuestra madre. Con ella establecemos una relación que será básica y fundante para relacionarnos con otras personas durante nuestra existencia. Es en el vínculo (estrecho o distante) con la madre, que los seres humanos aprendemos a desarrollar los afectos y las emociones que darán forma a nuestra personalidad. En esta etapa aprenderemos del amor, cuidados y caricias o también el rechazo, el abandono y la zozobra.
De la misma manera comienza la conciencia del yo y de la autoestima que a esa edad se construye y depende de la estima que la madre siente por su hijo. La calidad de las atenciones y cuidados que recibe el recién nacido serán la base para saberse digno de recibir estos valores y a su vez lo habilitará para poder brindarlos a otras personas en el futuro. Por supuesto que esta conciencia y posterior autoestima no son permanentes, son susceptibles de ser modificados a medida que el individuo crece y madura pero en muchas ocasiones la influencia materna es decisiva.
La calidad de aprendizaje de los afectos y el contenido de los valores que transmite dependen de la capacidad pedagógica de la madre, a este hecho lo llamamos maternidad y en una cultura donde la maternidad se define y caracteriza por el cuidado de los otros, ser madre se convierte en una tarea difícil por el esfuerzo y tiempo requeridos en una sola persona.
Así, el ejercicio de la maternidad es tan complejo que no es posible que sea realizado sólo por la madre genitora, cualquier mujer que cuida vitalmente forma parte del simbólico “madre” aún cuando no haya parido a ese hijo. Si hacemos un recorrido de nuestra vida personal seguramente encontraremos a un grupo de mujeres que han realizado cuidados vitales que alientan a la vida, que cuidan la salud, la enfermedad y el desarrollo personal de cada uno. Todas ellas han sido en algún momento nuestras madres porque realizaron acciones propias del maternaje.
Hoy día es innumerable la cantidad de mujeres que comparten su maternidad con estas co-madres que suelen ser las abuelas, las tías, las suegras, las nanas, las maestras, las amigas, las vecinas y las trabajadoras domésticas que han participado en la crianza del hijo pero pocas veces reconocemos estos cuidados como parte de la maternidad y se desvaloriza el trabajo de estas otras mujeres frente al que realiza la genitora sin darnos cuenta que gracias a ellas ha sido posible ser madre.
Es por ello que, aunque tardío, externo mi reconocimiento y felicitación para estas mujeres que, sin haber parido a un hijo en particular, hayan contribuido en la formación de tantos hijos de otras madres genitoras. (Imagen Mejor con Salud)