Vladimir Galeana
Sin lugar a dudas Andrés Manuel López Obrador, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, es un mitómano. No sé si esto sea producto de una estrategia, o una ocurrencia de las que da a conocer a cada rato para mantener la atención de sus afectos y denigrar a sus desafectos. O quizá padezca una enfermedad psicológica que se complementa con infinidad de delirios de persecución. Todos queremos causarle daño, todos queremos detener a la Cuarta Transformación, todos somos sus adversarios.
De lo que podemos tener seguridad es que es un hombre acostumbrado al debate de todos los días, aunque en muchas ocasiones ha sido criticado por su ignorancia y sus ocurrencias para salir del paso cuando se presentan los problemas, o cuando la crítica se vuelve constante y lo pone en evidencia, o su cinismo cuando lo sitúa en él ridículo. Siempre tiene salida, aunque también evidencia a cada rato su ignorancia en temas que definitivamente no entiende. Es persistente y temerario, pero su necedad y obcecación lo pone en predicamentos a cada rato.
Él uso de la mentira es un recurso en el que por desgracia sus seguidores aceptan y le creen, aunque la evidencia lo desenmascare a cada rato. Para decirlo de otra forma, Andrés Manuel López Obrador cuenta con una base social que todavía es muy grande, pero que ha venido disminuyendo al paso de las semanas a causa de su empecinamiento por mantener su catálogo de mentiras de forma permanente. Y eso ha provocado burlas y críticas mordaces en el sector internacional.
Tiene por costumbre mantener sus disertaciones con verdades a medias y mentiras completas, y el ejemplo más claro de esa peculiaridad de su mitomanía, ha sido el caso del avión que no se vendió, y la rifa del avión que no incluye el avión, y los caprichos de hacer un Aeropuerto Internacional inviable, de apostarle a construir una refinería cuando el valor del petróleo está por los suelos, y porque las energías limpias están siendo más efectivas. Parece mentira, pero esas dos peculiaridades personales, le siguen funcionando ante un pueblo con sectores poblacionales en la pobreza y la miseria.
Mentir en la mayor parte de las veces se le ha hecho costumbre, pero hasta ahora sus desplantes son las que le han dando identidad a su gestión. Lo más grave de todo ha sido su deficiente manejo de la crisis provocada por la pandemia del coronavirus. El llamado a los mexicanos a salir y no temer al contacto personal fue una de sus mentiras más lamentables, pero ocultar las cifras verdaderas de los efectos de la pandemia es criminal porque no faltará quien hurgue buscando la verdad para evidenciarlo, como es el caso de las compras de pánico que se realizan en China.
Qué bueno que ya no hay clientelismo político en este gobierno, pero se está construyendo un censo para entregar dinero a la gente y mantener su cuota de incautos buscando ganar la elección intermedia. Lo más lamentable de su cinismo es cuando afirma que ya no hay corrupción, pero protege los negocios turbios de Manuel Bartlett, de Rocío Nahle, y la brutal riqueza de sus hijos para invertir en negocios cuando nunca han trabajado y mucho menos han sido beneficiarios de alguna herencia. Su valiente honestidad le permite realizar asignaciones millonarias de forma directa y aceptar que se viole la Constitución que juro guardar y hacer guardarla. Pobre México, pobres mexicanos, porque se dejaron estafar por un aventurero de la política. Al tiempo. (Fotografía El Diario de Ciudad Victoria)