El mundo ha presenciado desde hace décadas las escenas estremecedoras de migrantes siendo perseguidos y golpeados en las fronteras, que mueren de hambre o de sed en los caminos, ahogados en los ríos y mares, o asesinados en diversas latitudes por guardias fronterizos, en su intento por buscar trabajo e ingresos en los países ricos para sobrevivir junto con sus familias.
Para dimensionar este drama, el portal de noticias de la ONU reporta que, tan solo del 2014 al 2020, murieron ahogadas en el mar Mediterráneo más de 20 mil personas que intentaban entrar a Europa, huyendo de la pobreza y la violencia desatada como nunca por ambiciones imperiales de algunas potencias en África del Norte, en lo que pomposamente llamaron la “Primavera Árabe”; mientras que en la frontera norte de nuestro país han muerto 2 mil 403 personas que intentaban entrar a Estados Unidos, en el mismo periodo.
Esas escenas trágicas, reiteradas año tras año, que involucran cada vez más a millones de seres humanos intentando huir de la pobreza en la que viven hacia países que concentran la riqueza, reflejan fielmente un mundo que requiere una modificación urgente y enérgica en la distribución de la riqueza y el acceso al bienestar.
En los últimos días ha llamado la atención el modo brutal con que fueron tratados miles de migrantes haitianos que, junto con sus pequeños hijos, intentan llegar a los Estados Unidos: han sido golpeados por guardias fronterizos de México y de Estados Unidos y están siendo devueltos a su país de origen, en donde reina la pobreza y la violencia, a tal grado que el propio presidente de Haití fue asesinado. Cambian los escenarios y las razas agredidas, pero el problema sigue siendo el mismo: la riqueza se concentra en pocas manos y en pocos países.
El fenómeno de la migración de un país a otro ha venido escalando, aunque recientemente tuvo un receso motivado por la pandemia de Covid-19, pero que ya está siendo superado: “Según las estimaciones de las Naciones Unidas, el número de migrantes internacionales a nivel mundial aumentó durante los últimos veinte años (entre 2000 y 2020), llegando a 281 millones en 2020”, informa migrationdataportal.com, un sitio especializado en el tema. Obviamente, ese dato, que es equivalente a más de dos veces la población de México, se refiere a las personas que han logrado instalarse, legal o ilegalmente, en otros países distintos a los que los vieron nacer, pero es seguro que la cantidad de los que aspiran a salir de su país, pero fracasan en el intento o nunca tienen recursos suficientes para intentarlo, es muy superior a esa cifra, como lo evidencian las caravanas cada vez más nutridas.
Ese movimiento de grandes masas provenientes de países pobres hacia las grandes metrópolis capitalistas obedece a una tendencia económica a la desigualdad, inherente al capitalismo, y que ha implicado el fracaso de algunos países en su intento de resolver sus problemas de falta de desarrollo: “El fracaso (relativo y temporal) de todos los países pobres y subdesarrollados del planeta se explica porque, desde hace siglos, de múltiples maneras y por diferentes vías, han sido obligados en lo fundamental a olvidarse de sí mismos; a adoptar políticas económicas y sociales en contra de sus propios intereses y de su propia prosperidad y desarrollo; a entregar sus recursos naturales, sus mercados, su mano de obra y su soberanía para provecho de los países ricos, que hoy nos acusan y desprecian por ser lo que ellos mismos han hecho de nosotros”, escribió en julio del 2019 el Ing. Aquiles Córdova Morán, en un artículo titulado: La Migración, consecuencia natural del capitalismo, que recomiendo mucho leer.
Cuando los empobrecidos habitantes de esos países saqueados durante siglos, proveedores seculares de mano de obra barata y consumidores de cuanto se le ha ocurrido a las grandes potencias venderles, pretenden trasladarse a esos países concentradores de riqueza y que presumen de libre movimiento de capitales y mercancías, son recibidos a macanazos o balazos y muchos devueltos sin mayores averiguaciones a que terminen de agonizar en los lugares de donde provienen, porque con golpes se les informa que la libertad de movimiento no incluye a la mano de obra.
Pero no sólo eso, la maquinaria mediática se ha puesto en marcha para generar mensajes de odio contra los migrantes, de tal manera que a estos no sólo los enfrentan las policías sino que son víctimas de un rechazo masivo promovido en las redes sociales, para infamarlos como si se tratara de asaltantes o delincuentes profesionales, incluidos los niños: “El 30 % de los mensajes de odio vertidos en las redes sociales entre julio y agosto estaban referidos a menores inmigrantes, trece puntos más que entre mayo y junio, según el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (Oberaxe), dependiente del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. La principal motivación de estos discursos de odio son los dirigidos a la población inmigrante en su conjunto, que aumentaron ligeramente entre julio y agosto, alcanzando un 30.8 % del total del contenido analizado, frente al 28.5 % del período anterior”, informó la agencia española de noticias EFE.
El fenómeno de la migración masiva no es sencillo de resolver, requiere modificaciones de gran calado en la correlación de fuerzas del mundo y la generación de grandes movimientos políticos que resuelvan la mala distribución de la riqueza, generadora de la pobreza y la migración. Pero de ahí no se desprende que debamos alzarnos de hombros, voltear hacia otro lado y negarles solidaridad a los migrantes, y que debamos aplaudir a quienes los agreden y persiguen en los grandes países ricos y particularmente desde el gobierno de México. Los que seguimos viendo el futuro como una sociedad deseable y posible en donde la riqueza se distribuya mejor, no debiéramos olvidar nunca estas palabras de Bertolt Brecht:
“Todos los que reflexionan
sobre lo mal que están las cosas,
rechazan apelar a la compasión de los unos por los otros.
Pero la compasión de los oprimidos por los oprimidos
es indispensable.
Ella es la esperanza del mundo”.