BALÓN CUADRADO
Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México.– No cabe duda que El Canelo recibe más ‘golpes’ abajo que arriba del cuadrilátero. Algunos de ellos, poderosos ganchos verbales al hígado. Hace más de una década, en marzo de 2008, Israel “El Magnífico” Vázquez peleó por tercera ocasión en un sangriento combate ante Rafael Márquez en el lapso de un año. Fue una serie inolvidable. De alarido, como dicen los cronistas. Ambos terminaron destrozados del rostro, pero con una sonrisa que reflejaba la felicidad y la pasión de lo que hacían. Henchida el alma.
Tampoco importó que el costo de aquella historia fuera tan alto.
Nunca volvieron a ser los de antes tras esos combates. Poco después se retiraron. Israel perdió un ojo como consecuencia y Rafael necesitó una cirugía ocular.
“A pesar de todo, no cambiaría lo que hicimos Rafa y yo ni por toda la fama del Canelo Álvarez”, filosofa Israel.
“Uno quisiera más dinero siempre”, reconoce.
Pero, se ufanó porque “nosotros tenemos el reconocimiento de llevar el boxeo mexicano a sus niveles más altos de valor y entrega. Trece años después de aquella serie, nos siguen recordando en México y Estados Unidos.
Israel rememora que en aquel momento no asimiló la importancia de aquella trilogía –se enfrentaron todavía en un cuarto combate en 2010–, pero al paso de los años empezó a entender que había significado la cúspide de sus carreras. Ambos dieron todo en esas peleas.
Ahí quedó su legado.
“El dinero se gasta. Los títulos son codiciados. Pero pierden valor con el tiempo”, reflexiona.
Lo único, piensa, que “permanece es el cariño y el recuerdo de la gente. Pienso que quien boxea sólo por dinero no alcanza eso que conseguimos nosotros”.
Con la pelea reciente del Canelo Álvarez ante el criticado retador Avni Yildirim, el ex campeón mundial no puede evitar comparar dos formas de entender el boxeo.
“Canelo es un gran peleador, más allá de que no les guste su estilo a algunos”, aclara Vázquez.
Hoy, puntualiza, “ganan mejor. Se lastiman menos y eso está muy bien; lo digo como ex boxeador. Lo que no se puede comparar con peleadores como nosotros es que estuvimos dispuestos a dejarlo todo en el cuadrilátero, y los de hoy anteponen el negocio y la mercadotecnia”.
Y lanza:
“Nosotros buscábamos algo que tenía que ver principalmente con el honor. Parece algo absurdo, de otra época. Pero así era.
Como boxeador entiende que hay momentos para tener peleas menos arriesgadas y para sostener batallas.
“Los golpes –recuerda– no salen, se quedan en el cuerpo del peleador con su costo elevado”. Pero lo que no concibe es dejar de lado que este es un oficio al que se dedican para lograr hazañas.
Concluye:
“Sueñas con ser estelar una noche, con subir en la clasificación un día. Conseguir un título. Pero lo que de verdad aspiras es a ser recordado”.
(Con información del diario La Jornada)