Por Roberto Cienfuegos J.
Es curioso que la geología y sus practicantes constituyan en México, un país indisolublemente ligado desde sus orígenes a la minería, un tema casi reservado a los expertos. En general, la mayoría de los mexicanos poco sabe y/o conoce del vasto e impresionante mundo de la geología, una ciencia asociada al nacimiento y evolución del planeta Tierra. No será éste el espacio para intentar siquiera una hipótesis sobre los motivos o causas de un desconocimiento tan extendido como inexplicable en un país como el nuestro tan rico geológicamente hablando.
Aludo a la geología con la idea de contribuir en algún grado a llamar la atención sobre este tema fascinante y de una enorme importancia para la vida y el desarrollo económico de cualquier país, más todavía en el caso de México.
En una reciente conversación con el Ingeniero Geólogo Enrique Espinosa Arámburu, éste amplió aún más el interés en conocer mejor el campo de la geología, una ciencia que como dije arriba está asociada al nacimiento y evolución del planeta Tierra.
Espinosa Arámburu se desempeña a la fecha como subdirector de Recursos Minerales del Servicio Geológico Mexicano (SGM), un organismo público descentralizado con personalidad jurídica y patrimonio propio que depende de la Subsecretaría de Minería, adscrita ésta a su vez a la Secretaría de Economía. De hecho también llama la atención el escaso conocimiento público que todavía hay en torno al SGM y sus actividades, que resultan de la mayor importancia para México, pero ese es otro punto.
Espinosa Arámburu, un geólogo con más de tres décadas de exitosa experiencia profesional, define a la tierra en un contexto amplio como lo más eterno que existe.
“El planeta Tierra es milagroso, es una masa flotante en el espacio y el universo que no es ni más grande, ni más frío, ni más caliente, ni más veloz que otros”, apunta Espinosa Arámburu, conocido entre sus colegas y con razón como “el geólogo poeta”.
La tierra “es materia en la que comenzaron a ocurrir una cadena de prodigios casi mágicos desde hace unos 4.6 mil millones de años, lo que es, por supuesto, más tiempo de lo que cualquier mente humana puede imaginarse”, describe este ingeniero el planeta que habitamos.
Tuvieron que ocurrir, cuenta, “cientos de fenómenos en perpetuo orden para que, finalmente, hace unos cuantos años, comenzara a desarrollarse la especie humana, sucediendo a muchas otras que florecieron, evolucionaron e incluso desparecieron de la faz de la Tierra, comenzando por seres vivos elementales, tan elementales que es un milagro que no se hayan extinguido al inicio de su vida”.
Espinosa Arámburu está convencido de que el planeta Tierra “es lo más cercano al concepto de la eternidad –divina o no–, porque aunque es difícil de creer, para que la humanidad se instalara y prosperara en la muy delgada corteza del planeta, tuvieron que pasar millones de años y miríadas de cambios, de acomodos y reacomodos, para que el milagro se diera: el clima perfecto, la atmósfera protectora, mares y esbeltos continentes en perfecto equilibrio, válvulas de alivio, movimientos perpetuos, eternos…”.
Casi como parte de un recorrido fantástico, aunque así sólo parezca, el “geólogo-poeta” nos narra cómo la humanidad habita el planeta desde hace unos 100 mil años (1,000 siglos).
La humanidad, claro, evoluciona, se sabe inteligente, domina, se expande, invade y toma posesión plena de todo territorio que le conviene.
“Convive con otras especies, se comunica, se moviliza, se protege, pelea, siempre pelea. Se maravilla con los paisajes aunque los hiere y los transforma”, señala.
Es cierto, la Humanidad está consciente de que ocurren cambios, de que siempre han ocurrido cambios que seguirán pasando por aquello de la eternidad divina. “Ninguna otra especie intenta siquiera modificar nada de su entorno, vive con la naturaleza, pelea por instinto, ama y mata por instinto… no por gusto, ni por envidia, ni mucho menos por codicia o por fronteras. Comer, sobrevivir y reproducirse guían los instintos de las especies”, resume Espinosa Arámburu.
Asume que conocer el planeta y entenderlo no es tarea fácil y establece el símil: Es como comprender el cuerpo humano: todos los días lo vemos, lo estudiamos y lo tratamos aunque siempre la tarea médica está evolucionando”.
De esto quizá – me parece- la afirmación del Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, que llamó a los geólogos “los médicos de la Tierra”.
Espinosa Arámburu dice que al igual que los médicos en relación con el estudio a profundidad del cuerpo humano, hay quienes –geólogos y geofísicos- se apasionan y se dedican al estudio de “la tierra que pisamos, con las montañas, las selvas, los desiertos y los mares” para determinar “¿cómo llegaron hasta la posición que ocupan?, ¿por qué el planeta vive y reacciona? ¿Por qué el clima cambia? ¿Por qué se mueve la corteza? ¿Por qué los volcanes rugen, amenazantes? ¿Por qué hay minerales y petróleo? ¿Por qué todo?”.
Para Espinosa Arámburu, hay un “milagro de eternidad y de vida que no cesa, aunque sorprenda y despierte temor”.
La vida (humana) probablemente se acabará antes que el planeta. “Estamos de paso, viviendo el portento, aunque la Tierra persistirá, y no es que esté profetizado, sino que así fue, es y será. Por eso es necesario entender al planeta, cuidarlo, mimarlo… velar por la atmósfera, un espacio también milagroso que permite la vida, un espacio que armoniza con los ciclos de la tierra: las aguas, los mares, los vientos, las fuerzas intrínsecas que sacuden a los continentes con fuerza inaudita, infinita, que no se podrá detener nunca, por eso, el más señalado acto de soberbia es justamente no escuchar y descuidar deliberadamente al planeta en el que vivimos”, alerta.
De modo que es una buena noticia que haya quienes se apasionan por entenderlo, por cuidarlo: los geólogos, los geofísicos. “¡Qué bueno que nacieron las ciencias geológicas! porque se entienden con la Tierra, y tal parece que sólo a ellos les comparte sus secretos perdurables. Hablemos pues, de Geología, de vida, de planeta, de eternidad…”, nos invita.
@RobertoCienfue1