Tened presente el hambre

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“Tened presente el hambre”, escribió Miguel Hernández en un vibrante poema que advirtió sobre lo que pasa con los hombres hambrientos y con los culpables de que esas personas no tengan lo suficiente para llevarse el pan cotidiano a la boca:
“Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola”
 
Ochenta años después del grito de este artista universal y luchador social que murió asesinado por las infamias persecutorias y carcelarias del franquismo, su mensaje es aún más urgente en un mundo donde habitan más de 811 millones de seres humanos que padecen hambre, según el reporte “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, 2021” presentado hace algunos días por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y otras agencias para el desarrollo, sin que la magnitud y la universalidad del problema ahí expuesto provocaran el escándalo mediático y político que siempre acompaña otros temas en los que ponen gran interés los poderosos del mundo. De tal manera se ha anestesiado a la mente colectiva para que reciba esas terribles noticias, cuando las recibe, que las toma casi como fenómenos de la naturaleza y no como una gran injusticia, resultado de que la riqueza que genera el trabajo se distribuye tan mal que cientos de millones de seres humanos no tienen ni para comer.
​Según el reporte arriba mencionado, después de cinco años de mantenerse prácticamente sin cambios, el hambre en el mundo aumentó de manera dramática en el 2020 y la expectativa es que las cosas empeorarán: “con menos de una década hasta 2030, no estamos en camino de poner fin al hambre y la malnutrición en el mundo; de hecho, estamos avanzando en la dirección equivocada. La imagen es sombría”… “casi una de cada tres personas en el mundo (2.37 mil millones) no tuvo acceso a alimentos adecuados en 2020, un aumento de casi 320 millones de personas en solo un año”… “se estima que el 22,0 por ciento de los niños en 2020 se vieron afectados por el retraso en el crecimiento, el 6,7 por ciento sufrían de emaciación y el 5,7 por ciento tenían sobrepeso. Se estima que el 29,9 por ciento de las mujeres de 15 a 49 años en 2019 en todo el mundo se vieron afectadas por la anemia, y la obesidad en adultos está aumentando drásticamente en todas las regiones”.
Este escalamiento del problema ha sido acicateado por cinco factores, según se puede concluir del documento citado: de los conflictos en varios países, tanto los internos como los que se derivan de intervenciones extranjeras, agrego yo; del cambio climático, que ha provocado verdaderas catástrofes en la producción de algunos cultivos, arruinando a los productores y encareciendo los productos alimenticios; las desaceleraciones y recesiones económicas, una de las cuales, muy severa, enfrentamos en estos días; la falta de acceso a dietas saludables, lo que provoca obesidad, desnutrición y otras enfermedades; y la pobreza y la desigualdad, que impide tener ingresos mínimos para comer a millones de personas.
Como puede verse, ninguno de esos factores generadores de las alarmantes cifras de personas con hambre tiene que ver con caprichos de la naturaleza, o con el exceso de población provocada por la abundante descendencia de las familias pobres, como se acostumbró decir durante muchos años por los maltusianos que encontraron en esa explicación la manera de lavarse las manos de la concentración abusiva de la riqueza, sino que tienen que ver con la forma en que el mundo se ha sometido a una carrera desenfrenada para obtener ganancias exorbitantes, a costa de quien sea y de lo que sea, por parte de una minoría que, aunque diga lo contrario a través de sus voceros y “teóricos”, es responsable principal de ensuciar el planeta al grado de modificar drásticamente el clima; es generadora de conflictos y con frecuencia es invasora y saqueadora de muchos países, véase lo que ocurre actualmente en el Norte de África y con el éxodo de haitianos y otros latinoamericanos que huyen de la pobreza y el hambre; es desestabilizadora habitual de las economías de los países débiles, de los que saca su dinero en cuanto ocurre alguna turbulencia. Abundan las noticias recientes sobre los depósitos de enormes sumas de dinero realizados por esa élite en los paraisos fiscales para no pagar impuestos y aumentar así sus fortunas, obviamente con su contraparte de pobreza y hambre, pues no se puede acumular excesivamente riqueza sin provocar pobreza en el otro extremo.
​México no es la excepción en ese panorama de crecimiento del hambre y la desesperación que produce. Veamos: “Información de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares mostró que de 18.6 millones de hogares con dificultad para satisfacer sus necesidades alimentarias, en 5.3 millones algún adulto sintió hambre, pero no comió, mientras que en 3.8 millones de familias algún adulto comió sólo una vez al día o no lo hizo un día. En otros 1.2 millones de hogares tuvieron que hacer algo que hubieran preferido no realizar para conseguir comida, como pedir limosna, mandar a los niños a trabajar, o recurrir a prácticas socialmente no aceptadas”, publicó EL UNIVERSAL en agosto de este año. Pero eso no es todo: “Actualmente, 30% de las calorías que se consumen en México provienen de alimentos ultra procesados y hay estimaciones que atribuyen 40 mil muertes todos los años, debido tan solo al consumo de bebidas azucaradas”, publicó el 11 de octubre El Sol de México. O sea, millones de mexicanos pasan hambre cotidianamente, y miles se mueren por la mala calidad de lo que comen.
​Este problema, y otros más que padecen los más pobres de la tierra, no se podrá resolver sin la participación de los afectados en un torrente organizado que cambie la correlación de fuerzas. Ni puros datos, ni lamentos, ni discursos, incluido el que pronunciará López Obrador en la ONU para presumir sus presuntos logros mientras millones de pobres y hambrientos esperan soluciones concretas en México, van a poder resolver un problema que toca resolver a los pueblos organizados y educados por millones en torno a un programa y una meta que erradique la pobreza y el hambre. Sólo así se podrá cumplir el anhelo de Miguel Hernández:
“Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente”.

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