El encabezado puede parecer pretencioso, pero solo busca decir que la falta de vacunas para niños y jóvenes y la intención de reabrir los centros educativos sin la debida protección para ellos, es un problema mundial y no solo de México. Aunque el problema no es de la misma magnitud en todas partes, es un hecho que en todas ellas falta una vacuna específica para niños y jóvenes de cualquier edad, y que la población adulta no tiene un nivel de inmunización suficiente para garantizar la ausencia total de riesgo para los y las estudiantes.
La página digital NOTIPRESS publicó, el 31 de marzo, la siguiente nota de Jorge Cerino: “Regreso a clases durante la pandemia, ¿es seguro? Y en seguida: “Aunque muchos lugares en el mundo mantienen la educación a distancia, se comienza a plantear la necesidad de un próximo regreso a las aulas. Tras un año del comienzo de la pandemia de Covid-19, comienzan a surgir estudios sobre la seguridad de las clases presenciales en la nueva normalidad” (las negritas en el original). Más adelante volveré sobre las conclusiones de este artículo; por lo pronto, solo quiero destacar la coincidencia de que la pretensión de volver a las clases presenciales a la mayor brevedad, es mundial y no exclusiva de México.
Y en todo el mundo el regreso a las clases presenciales se basa, casi exclusivamente, en la convicción no demostrada científicamente de que las y los niños y jóvenes son prácticamente inmunes al coronavirus. Sin embargo, Laura Toribio escribió en EXCÉLSIOR: “Covid-19, más letal en primera infancia; cada hora, cinco contagios de menores de edad. Los casos se concentran en el grupo de 12 a 17 años, pero más de la mitad de los decesos son de menores de 5 años”. Y ampliando la información: “Poco más de la mitad de los niños, niñas y adolescentes muertos por covid-19 en México no cumplieron ni siquiera los cinco años de edad. Aunque la mayoría de los infantes contagiados se encuentran en el grupo de los 12 a 17 años (…), el nuevo coronavirus ha sido más letal con la primera infancia” (las negritas en el original).
Alguien dirá, con razón, que los niños de cero a 5 años no van a la escuela y que, por tanto, nada agregan al problema del regreso a clases. Por mi parte, añado que lo mismo podemos decir de los mayores de 60 años, puesto que tampoco van a la escuela. Y sin embargo, no debemos olvidar que la convivencia de los hijos que van a la escuela con sus hermanos pequeños, sus padres y sus abuelos, es más estrecha en el hogar que en la escuela misma, y si ésta se torna en foco de contagios, el peligro de muerte para los demás se torna inminente. Sigue Laura Toribio: “De hecho, cada día, en promedio, 120 niños, niñas y adolescentes se han contagiado del virus SARS-CoV-2, cinco cada hora. Al corte del 25 de abril se han confirmado 50 mil 706 casos en menores de edad (…). Desde el 13 de abril de 2020, cuando se registró la primera defunción de una niña por covid-19, cada dos días mueren tres menores de edad, en promedio, a causa del nuevo coronavirus. El saldo mortal registrado entre los infantes es de 548 decesos (…); otro de los grupos más afectados por las muertes por covid-19 es el de los adolescentes, entre quienes se han registrado 165 defunciones, seguidos de los niños y niñas entre 6 y 11 años donde se han registrado 79 decesos.”
Estas cifras, comparadas con los cientos de miles de muertes en la población adulta, parecen dar la razón a los que dicen que las y los niños y jóvenes corren un riesgo mínimo con el regreso a las aulas, aun sin estar vacunados. Pero otra vez nos equivocaremos si aceptamos esto. Las cifras de Laura Toribio miden el problema cuando los estudiantes no están encerrados en las aulas, es decir, bajo condiciones de relativo aislamiento y sana distancia. La pregunta es: ¿será lo mismo con el regreso a clases? Y la respuesta es, evidentemente, NO. Simplemente no puede ser lo mismo. EME/EQUIS del 24 de marzo señala que la evidencia empírica dice que la convivencia escolar eleva hasta en un 40% la cifra de contagios; y el Dr. Drexler, en entrevista para una página digital alemana, informa que las secuelas de un ataque de Covid-19 a niños y jóvenes de ambos sexos elevan el riesgo de un infarto mortal antes de los treinta años a los sobrevivientes. Las autoridades educativas y de salud deberían hablarnos con la verdad antes que sembrar una confianza suicida entre las posibles víctimas de sus decisiones.
Astrid Hollander, Jefa de Educación de UNICEF en México, sostiene que “Las escuelas, si se aplican los protocolos, no son lugares de supercontagios, no se ha asociado la reapertura de colegios con picos de contagio comunitario …” “…afirma que si se garantizan elementos como el lavado de manos, el uso de alcohol en gel, la sana distancia y el uso de mascarillas (cubrebocas), los centros educativos en esas zonas (las muy pobres y sin acceso a la tecnología) pueden volver a recibir estudiantes”. Y añade: “A falta de un plan hecho público por las autoridades de la SEP (…) el organismo de Naciones Unidas propone, además de garantizar el equipo sanitario necesario a estudiantes y maestros, desarrollar alternativas para el retorno a clases como el aprovechamiento de espacios abiertos, delimitar el número de estudiantes en las aulas, priorizar niveles como el preescolar y los grados de transición de la primaria a la secundaria”.
Esto es correcto, pero el problema es otro: ¿hay alguien, en México o en el mundo, capaz de lograr que entienda, atienda y aplique de inmediato estas precauciones el presidente López Obrador y su secretaria de Educación Pública? EME/EQUIS dice que entre 2008-2009 se estudió la propagación de la influenza y que: “De acuerdo con estudios epidemiológicos relacionados con (esa) pandemia (…) los niños tienen un papel muy relevante en la transmisión <<Como tuvieron menos contacto con el virus, su respuesta inmune es menor y menos efectiva, así durante la infección ellos tienen una carga viral más alta. Una carga viral mayor, asociada a la convivencia con varios otros niños en diferentes lugares en la misma escuela, (…) es garantía de éxito en la diseminación de la gripe>>”. La conclusión implícita es clara: no hay razón para pensar que con el SARS-CoV-2 será distinto. Hoy como entonces, los niños contagiados en la escuela “son garantía de éxito en la diseminación de la Covid-19”.
Las madres y padres de familia saben esto, o lo intuyen. “Lucía García Cruz, integrante de la Coordinadora Estatal de Padres de Familia de Oaxaca, declaró que en Oaxaca aún no hay condiciones para regresar a las aulas”, pese a la vacunación de los maestros. “…precisó la importancia de considerar, antes del regreso a las aulas, que muchos menores tendrán que moverse en transporte urbano con el peligro de contagio o de propagación de la enfermedad. Es una situación muy grave porque sería un contagio tremendo…” (MEGANOTICIAS del 22 de abril). Y este es solo uno de muchos casos que pueden hallarse en los medios nacionales y de todo el país, incluida la Ciudad de México.
Jorge Cerino en el artículo ya citado, dice que una investigación en dos escuelas de Estados Unidos, publicada en Journal of School Health, demostró que la tasa de infección fue de 0.5 o menos, es decir, cada estudiante infectado causó menos de una infección adicional en promedio. Además “…la baja transmisión del virus se asoció con pruebas de detección de Covid-19 periódicas para estudiantes y personal. También con medidas sanitarias como el uso de mascarillas, distanciamiento social, ventilación y filtrado de aire.” (Las negritas en el original). Resultados parecidos arrojó un estudio en escuelas secundarias de Suecia. Pero el mismo Cerino concluye que “…vale la pena señalar que la realidad de las escuelas mexicanas es bastante diferente a la de las escuelas estadounidenses y suecas”; es decir, las conclusiones no son aplicables en México.
Cerino se queda corto. El deterioro físico de las escuelas es enorme y la falta de servicios sanitarios también. No se requiere un sesudo estudio para verlo, como lo evidencian los maestros de la Sección 22 de la CNTE de Oaxaca. No hay dinero para cubrebocas ni gel antibacteriano, menos para pruebas periódicas, seguimiento de contactos del infectado y filtración del aire. Tampoco hay un plan para un regreso ordenado y seguro a clases, como reconoce UNICEF México. Peor todavía: la titular de la SEP declaró que “…en principio (¡¡¡) se puede trabajar en las acciones de los Comités Participativos de Salud para identificar las necesidades y prioridades de las instituciones educativas, así como de la infraestructura de las escuelas, principalmente con los servicios de agua potable y sanitarios”. Conste: apenas van a identificar los problemas, ¿para cuándo podemos esperar la solución? “La limpieza y mantenimiento de edificios escolares es otra de las prioridades con la participación de los padres de familia, y en la difusión del protocolo de medidas de seguridad para un regreso a clases seguro…” (El Sol de México, 24 de marzo). O sea, en resumen: nada. ¿De qué sirven los sabios consejos para un regreso seguro a clases?
Hay más seriedad y responsabilidad en las y los niños y jóvenes. Dice EME-EQUIS del 30 de abril: “Están frustrados porque no hay vacuna segura para ellos ni en México ni en el mundo y nadie les dice cuándo llegarán.” Y cita a Miguel Ángel Vázquez, alumno de CBTIS Puebla: “Los niños y los jóvenes tienen valor en la sociedad, se me hace muy injusto que los adultos crean que porque no tenemos 18 años no podemos participar en la sociedad y, mientras somos invisibles.” Y más valiosa y responsable me parece la conducta de los estudiantes organizados en la FNERRR, que con música y bailes de nuestro folclore, exigieron ante Palacio Nacional vacunas para todos los jóvenes antes de regresar a clases (MILENIO, 29 de abril). Tienen razón ambas opiniones: hay que luchar y exigir, URBI ET ORBI, a México y al mundo, vacunas para los estudiantes de cualquier edad. Solo eso puede salvar la vida y la educación de nuestra juventud y de la de todo el planeta.