BALÓN CUADRADO/Agencias
Jesús Yáñez Orozco
Ciudad de México.- A los 24 años de edad, ella y su angelical sonrisa, es uno de los 2,7 millones de refugiados afganos que viven fuera de su país. Mientras, otros 2,6 millones están desplazados en esa nación. Desde 2019, los afganos han formado el grupo más grande entre desplazados y migrantes que llegan a Europa a través de las rutas del Mediterráneo.
Es de 32.200.000 millones de habitantes la totalidad de su población, lacerada por la guerra y conflictos religiosos interétnicos.
Y donde sigue siendo una lacra la violencia de género.
Amante del deporte, vivió el comienzo de su infancia bajo el
régimen talibán, entre 1996 y 2001, donde las mujeres afganas estaban sometidas a severas restricciones. Prohibición de trabajar fuera de casa y de aparecer en público sin un pariente masculino cercano.
Los talibán, incluso, proscribieron la televisión, la música y el cine. Y se opusieron a la educación de las niñas.
Aunque queda mucho por hacer, según versiones periodísticas, los derechos de las mujeres han mejorado considerablemente desde 2001.
A Masomah Ali Zada atenaza el recuerdo cómo fue golpeada y lapidada. Todo por ir en bicicleta con ropa deportiva en Afganistán. Había abandonado el burka para cubrir todo su cuerpo. En los Juegos Olímpicos de Tokio, formará parte del equipo de 29 refugiados, al amparo de Naciones Unidas, y pedaleará contra los prejuicios. Representarán a 82 millones de desplazados alrededor del mundo.
Tranquila, con voz dulce, la joven musulmana practicante extrajo un retazo de las duras pruebas de vida que atravesó para superarse.
Y, por qué no, soñar con una medalla.
Arte, un canal de televisión francés, realizó un documental llamado “Les Petites Reines de Kaboul” en el que aparecen Masomah y sus compañeras. Estudia ingeniería civil.
La joven vive ahora en el norte de Francia, idioma que domina a la perfección. Y está a seis días de sus primeros Juegos Olímpicos. Como el emblemático símbolo de los cinco anillos –que equivalen a los cinco continentes–, la bandera bajo la que va a competir, ella se siente en la obligación de representar a toda la humanidad.
“Participar en los Juegos, no es sólo por mí”, comparte en francés Zada.
“Es por todas las mujeres de Afganistán y las de otros países, donde no tienen derecho a ir en bici”, lamenta con orgullo. Porque se sabe un ejemplo a seguir como mujer y deportista.
Aunque no lo menciona, también es por Francia, que verá a una mujer con velo sobre la bicicleta. Aunque eso resulte un poco extraño. No olvida a los 82 millones de refugiados y desplazados en el mundo que, como ella, han tenido que huir de su país.
Ser desarraigado es uno de los mayores dolores de la humanidad. Es como comenzar de cero en muchos sentidos.
“Me gustaría abrir la puerta a otros refugiados que van a presentarse después de mí”, subraya.
Ali Zada no tiene miedo por el debut olímpico. Cuando se lance sobre la carretera el 28 de julio contra sus rivales en Japón, será su primera contrarreloj.
Como parte de los 29 seleccionados del Equipo Olímpico de Refugiados, creado en 2016 para los Juegos de Río, pudo entrenarse durante un mes en Aigle, en Suiza.
Como millones de otros afganos, la familia de Masomah Ali Zada, que pertenece a la minoría chiíta de los hazara, se exilió en Irán. Es allí donde comenzó a montar en bici, pero fue en su retorno a Kabul cuando ingresó en el equipo nacional, con sólo 16 años.
Pero ver a las mujeres con uniformes demasiado ajustados no era habitual y el entrenamiento se tornaba más que arriesgado.
“Sabía que estaba en peligro”, narra.
Nunca imaginó que la gente podría agredirlas por eso.
Un hombre, desde su coche, le dio un golpe. Casi todas las chicas que hacían ciclismo tuvieron la misma experiencia: varones que las golpeaban.
Mucha gente las insultaba. Porque querían que dejaran de montar en bicicleta.
Cuando entrenaba en Kabul, sus compañeros hombres tenían la costumbre de hacer un círculo protector alrededor de ella.
Pero, a medida que multiplicaba las victorias, Masomah Ali Zada también vio aumentar la presión para que dejara la bicicleta. Incluso en el seno de su propia familia, por parte de sus tíos.
Finalmente, abandonó esta batalla.
La familia pidió el asilo en Francia.
“Es muy doloroso dejar nuestro país”, lamenta, “pero cuando ves que no hay otra opción para tener seguridad, es una obligación”.
En 2020 comenzó su segundo año de ingeniería civil, en la Escuela Politécnica Universitaria de Lille gracias a un programa dedicado a los demandantes de asilo.
En Aigle, la ciclista no ha parado gracias al programa de entrenamiento de seis días a la semana elaborado por su entrenador, Jean-Jacques Henry.
Un recorrido de 60 kilómetros la lleva a través de campos de trigo, castillos y varias cascadas que recorren las montañas, así es el escenario pintoresco de esta región de Suiza. Y ese inconmensurable olor a naturaleza.
Un grupo de habitantes locales incluso la animó mientras pasaba a toda velocidad, gritando:
“¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!”
Y Zada sólo dibujó una sensual sonrisa fugaz.
Más allá del deporte, para Masomah Ali Zada, la bicicleta es sinónimo de libertad:
“Podemos ir a cualquier lugar. Somos como los pájaros: podemos volar”.